Marinette caminaba ansiosa en círculos, acariciando sus brazos inquieta sintiendo el viento nocturno de Grecia golpeando contra su piel, erizando cada uno de sus vellos. Debía sentirse bien, estaba en una de las habitaciones de mayor rango, cuyas decoraciones de distinta flora y telas de alta calidad lo hacían lucir como un sitio para la misma Afrodita.
Se debía sentir privilegiada, después de todo había sido seleccionada entre todas las jóvenes para ser entregada a un mismísimo dios. Su madre la bañó de distintos extractos y cepilló su cabello con sumo cuidado, las prendas que ahora portaba la hacían sentir prácticamente desnuda.
Lloraría de ser posible, pero eso era lo que menos le convenía en estos momentos, debía de verse presentable para aquel dios; únicamente se mordía los labios molesta por la situación.
Sabía que a veces las encarnaciones de algunos dioses venían a satisfacer sus deseos con cuerpos de jóvenes mortales; no eran para nada piadosos en su trato, muchas veces agotaban los cuerpos de los mortales hasta la muerte o terminaban desgarrados de manera brutal. Así eran ellos, los tomaban como simples juguetes hasta romperlos o aburrirse de ellos.
Ella sólo era un entretenimiento para el Dios del Caos, cuya encarnación no tardaría en llegar y probablemente en acabar con su cuerpo.
Respira, Marinette, respira; esto es un honor, deberías sentirte...
Una lagrima traicionera escapó de su rostro, no soportaba está situación. Estaba aterrorizada.
—Descuida, princesa. No te hare daño. —aquella aterciopelada y grave voz acarició su nuca causándole un leve escalofrío. Volteó a sus espaldas e inevitablemente se quedó sin aire al ver a la encarnación humana del dios.
El dorado de su cabello ni siquiera merecía ser comparado con el oro, era un dorado complicado de describir e intenso a su vez; su piel semibronceada se veía sumamente tersa, destacable entre la mayoría de los otros jóvenes griegos quienes tenían alguno que otro defecto por el sol; su complexión no era tan colosal como ella se hubiera imaginado a la de un dios, pero le hecho de que estuviera bien proporcionado y no se viera como un saco enorme de piedras lo hacía, en su opinión, mucho más atractivo...
Pero sin duda no tenía palabras para describir lo que su mirada provocaba en ella.
Traía un brochazo de sien a sien de un negro tan profundo similar al del manto nocturno que le hacía resaltar aún más si era posible el verde de sus ojos. Buscaba como loca la manera de descubrir aquel verde, no era el del césped, ni parecido a ninguna gema preciosa o planta que ella hubiera visto antes. Ese par de orbes brillaban de una manera tan hipnotizante.
—Y-yo...
Y de repente el temor volvió nuevamente, se había perdido tanto en aquel dios que por un momento se le olvido por completo que ese ser divino sería el que le causaría un dolor insufrible dentro de unos minutos.
—Te dije que no te lastimaría, y no pienso hacerlo. — dijo con una pequeña sonrisa invitándola con ligero gesto de su mano a que se sentara a un lado suyo en la cama. La de cabello azabache tembló un poco.
¿Era ahora cuando debía desprenderse de su ropa?
De repente lo escuchó reír sonoramente asustándola.
—Hey, yo no disfruto de ir tomando mortales como desquiciado. No lo hagas sino deseas ¿De acuerdo? — soltó un suspiro de alivio. "No lo hagas si quieres" ¿Desde cuándo a los dioses les importaba eso? Sino fuera por ese físico resaltable, pondría en duda si ese chico era realmente un dios. — No te culpo por pensar así; tengo muchos conocidos en el Olimpo que actúan como unos engreídos. Tampoco es que me importes mucho, pero no me complace tener sexo con los cuerpos que sufren.
La joven por fin procedió a sentarse a su lado sintiéndose aún algo temerosa.
—¿Te puedo hacer una pregunta? — el dios sonrió un poco más complacido de al fin sacarle una oración con sentido. Asintió. — ¿A qué has venido entonces sino me vas a tomar? ¿No desataras el caos por mis tierras sino sucede nada hoy? Digo, si lo deseas puedo no llorar y dejarme llevar por ti. Yo... — colocó un pulgar en sus labios acallándola.
—Me das curiosidad, mortal; no pareces querer servir a los dioses como el resto de tu gente. — ella agachó su mirada, odiaba no poder esconderle nada a aquel dios. Pensó con cuidado lo que debía de decir.
—También me causas curiosidad, no pareces actuar como el resto de los tuyos. Pareces actuar más como un simple mortal. — y ahora el agachó la mirada, a pesar de que ya sabía que ella llevaba un par de minutos pensándolo, no imaginó que se fuera a atrever decirlo en voz alta.
—Al menos tenemos algo en común ¿No? No somos como deberíamos ser. — ella alzó su mirada hacia él, encontrándose una vez más con esa sonrisa de media luna a la que inevitablemente respondió de igual forma.
Empezaba a sentir su corazón palpitar al fin normal, ya no sentía que se le saldría del pecho.
—Ni estamos haciendo lo que normalmente se debería de hacer en estas ocasiones. — comentó ella lográndole sacar una risa al dios. Su risa era hermosa y contagiosa, no pudo resistirse a reír con él.
El varón, al escucharla reír sonrió enternecido. Ella era una criatura delicada, sus gestos eran suaves y su piel cremosa contrastaba perfectamente con su cabello azabache ondulado, sus labios eran carnosos y rosados, desde ahí podía percibir su aroma femenino sumamente exquisito, sus orbes celestes que tenía como iris le complementaban perfecto.
Y su personalidad. No era inhibida, sino que pensaba en la situación en la que se encontraba y actuaba respecto a eso.
Era una pena que esos descarados hayan seleccionado un ser como ella para tales actos.
Quizás si él la proclamaba como suya, podría protegerla del deseo de otros dioses y así asegurarse de que ella tuviera su libertad; ella no era como el asqueroso resto del pueblo griego, ella debía vivir una utopía.
Y esa noche ambos quedaron ahí, con ella retozando sobre su pecho completamente agotada de reír, cubiertos de prendas de las que no tuvieron que desprenderse para sentirse plenos con la compañía del otro.
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She's mine (Greek AU Marichat)
FanficSerie de relatos donde un dios abnegado se enamora de una mortal y una mortal se gana el odio de su pueblo por no ser "aceptada por el dios" como ofrenda.