Marinette esperaba en aquel lugar donde supuestamente le habían dicho que se tenía que reencontrar con el dios. Él pidió que no fuera otra vez en esa habitación, porque lo que menos deseaba es que las paredes escucharan.
Su corazón temblaba. Sabía (o al menos sentía) que el inmortal no sería capaz de hacerle daño, él mismo lo hacía dicho, él no era como los otros dioses, él no iba torturando a seres inferiores por placer y ganas; y la verdad era fácil creer en sus palabras.
—Marinette.— volteó su vista. Era él. Otra vez con esa mancha negra de sien a sien como si de un disfraz se tratara, con su cuerpo siendo cubierto por una túnica tirándole a lo café. Jamás había visto ese color en nadie, y mucho menos era como los profetas los pintaban.— Veo que otra vez te arreglaron.
Su cabello estaba en un nudo bien hecho, con alguna que otra flor incrustada en el; su cuerpo también presumía de unas finas telas mostrando lo pequeño y frágil de su cuerpo, su rostro había sido tratado para ocultar alguna que otra imperfección. No es que le molestara el hecho de que la hicieran lucir hermosa, es que le irritaba ver que la seguían tendiendo como si de una ofrenda se tratara, como quien trata de hacer la espada más fina para un guerrero.
—Sí ¿Te gusta?— preguntó algo tímida. Él asintió mientras se sentaba en el suelo, dejándole a ella la roca en donde había sido este encuentro.
—Te ves linda, pero dile a tu gente que es necesario. No quiero que te sigan tratando como una ofrenda.— ella asintió. Siguió observando el color de las telas del dios ¿sería muy descarado preguntarle porqué lucía así? Quizás, pero algo en su corazón le decía que debía hacer esa pregunta.— ¿Pasa algo?
—El color de tu tela, siempre me imaginaba todo lo del Olimpo de oro y bastante fino, en cambio lo que traes parece un poco viejo.— vio al dios ladear la mirada con tristeza. Carajo ¿Qué acababa de decir? Finalmente lo vio suspirar profundo.
—No vivo en el Olimpo, la verdad no tengo permitido estar ahí a menos que alguien me solicite.— él era un expulsado del Olimpo, como no lo imaginó; y aunque intentaba no lucir muy triste, se notaba el pesar en su mirada, así que decidió no indagar más.— Igual puedo cambiar de prenda si quiero.— Marinette sonrió con esto último.
—Si yo me esfuerzo por estar presentable para ti, creo que lo mínimo que merezco es que tú igual; claro, considerando que a ti no te gusta ser tratado como el resto de los dioses.— respondió encogiéndose de hombros. El rubio le contestó con una sonrisa, sus palabras tenían lógica. La vio tallarse los brazos algo incomoda, parecía tener una duda atorada en su lengua.
Odiaba que se pusiera así, que de alguna forma él la siguiera intimidando ¿Por qué creyó que hacer una cita más sería buena idea? Era claro que ella jamás lograría estar cómoda del todo con él y que de alguna manera solo había vuelto más complicada su vida.
—Yo... sé que tú eres la serpiente que vi ese día.— soltó sin poder verlo de frente aún. Adrien volteó su mirada también; sí, ella tenía en claro que él había complicado más una situación que de por sí ya era complicada.— Te quiero agradecer por lo que hiciste por mí.— Adrien abrió los ojos de par en par asombrado por la declaración.— No sé si lo que pasó después con el valle fue intencional o se te salió de control, pero...— sus palabras se quedaban aturdidas, parecía que a penas podía articularlas.— Yo tenía mucho miedo antes de que tú llegaras, aún revivo ese momento y...— tembló, el escalofrío de los besos en la espalda que le empezaron a colocar en ese momento todavía perduraba sobre su piel, ese deseo de escapar pero no poder hacer nada, de ser tan benditamente débil, asquerosamente frágil.
Estaba llorando, mierda.
—Ten.— repleta de lágrimas a penas alcanzó a divisar lo que el joven dios le estaba entregando. Una orquídea, como la que vio aquel día con Luka. La recibió observándola fijamente, analizando si aquel detalle significaba algo más que un simple gesto compasivo.— Sé que te gustan.— ella sonrió tratando de dejar la tristeza de lado.— Me gustaría poder abrazarte para consolarte, pero no puedo. Yo toqué el tallo de esta orquídea igual que tú haces ahora, así que es como si nos estuviéramos tocando; imagínate que esto es un abrazo.— Marinette asintió limpiándose las lágrimas.
Una duda dejaba sus labios entreabiertos, quería ejecutarla pero no sabía si era debido.
—¿Por qué no me puedes tocar?
Él no se consideraba un dios. Un dios era aquel ser cuya habilidad especial podía controlar, por eso su poder. Lo de él no era un poder, no podía controlarlo a su placer, cualquier ser vivo que tocara perdía toda su fertilidad, sin escapatoria; su habilidad no era más que una condena y por eso él no era un dios, él era un prisionero de las condiciones por las que había nacido.
Pero esas orquídeas, en especial, tenían un don; quizás si estaban alimentadas de los ríos del inframundo, quizás eran las favoritas de algún dios; pero ellas cumplían su reproducción aunque él las tocara.
—Eso no importa.— respondió. Lo que menos quería era asustarla diciéndole que no se podía autocontrolar.— Sólo quiero que sepas que si tú no deseas estar con alguien, podrás contar conmigo para ayudarte. Y cuando tú no quieras mi compañía, también lo entenderé.— Marinette acaricio sus piernas, su estómago se movía de formas muy tiernas pero confusas. "No poder tocarse" ahora mismo esa línea le parecía muy delgada y tentadora, después de todo el chico que tenía delante suyo no era precisamente el dios más feo que le pudo tocar.
Era un dios bastante bonito.
—Gracias. En serio, gracias.— dijo rechazando sus anteriores sentimientos.— Cuando tú no quieras más mi compañía o algún día te estrese con ella, quiero que tú también me lo digas.— aún le quedaba la duda de por qué ella, qué era exactamente lo que buscaba de su persona, que tenía que hacer para que él no la dejara de buscar. Marinette quiso probar algo, atreverse demás.— Según entiendo, tú no puedes tocarme a mí; pero ¿hay algo que me impida a mí tocarte?
Adrien se quedó pensativo, técnicamente no. Alguna vez Chloe le había puesto su mano en su hombro y aunque no estaba enterando, la rubia no parecía haber sufrido algún problema de fertilidad; tampoco Plagg que alguna que otra vez lo empujó. Negó. Vio a la chica levantarse de la roca y aproximarse a él.
—Perfecto.— se inclinó hacia él y en un segundo, sus delgados brazos ya caían sobre sus hombros en un abrazo delicado pero fuerte a su vez. Sentía el aroma de su cabello incrustarse en sus fosas nasales, su torso bien adherido al suyo, así le resultaba más pequeña, más dulce; sus manos cosquilleaban de querer abrazarla pero sabía que debía detenerse. Era una sensación tan frustrante pero increíble a la vez.—Gracias.— enunció ella con suavidad, con su voz haciendo que una corriente eléctrica corriera por su cuerpo. Por sin sonrió, aceptando que todo esto en realidad estaba pasando, que no se trataba sólo de un buen sueño.
—No tienes que agradecer; siempre y cuando podamos volver a vernos estaré más que pagado.
No importaba su posición de dios, simplemente no le podía decir que no a ese hombre.
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She's mine (Greek AU Marichat)
Fiksi PenggemarSerie de relatos donde un dios abnegado se enamora de una mortal y una mortal se gana el odio de su pueblo por no ser "aceptada por el dios" como ofrenda.