XXXII. El ángel caído

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Efectivamente.

Cuando el lucero del alba se coló por la ventana de su apartamento allí ya no había nadie.

Maldita sea la hora, maldita la mañana y maldito Lucifer.

Una vez trajo la luz a mi vida para llevársela a la mañana siguiente. 

Al rato viene Ámber y yo me siento como un zombi que, simplemente, se da una ducha, se viste y le ayuda a preparar las cosas para llevarse a Blanca a su propio apartamento.

Salir, llegar a casa, recoger, y es justo a la hora de dormir cuando parece que todo se me viene encima de una vez por todas. Cuando soy de nuevo consciente de que un atardecer como el de ayer no volverá a repetirse ¿nunca? ¿Algún día?

Lucifer, el que trae la luz y también el que se la lleva.

Maldito seas.

A partir de ese momento entro en un periodo de hibernación del que voy saliendo poco a poco.

Dicen que el tiempo todo lo cura, pero cuando tienes que presentar un trabajo al final de la carrera es un motivo igual o incluso más válido para salir de este estado de letargo. He terminado de redactar mi trabajo (varias veces), lo he revisado, encuadernado y ahora reposa en la mesa de mi habitación listo para ser entregado.

Me distraigo ensayando para la defensa, practicando con mis amigos y saliendo de vez en cuando. Todos saben que algo pasa, pero son demasiado cobardes para preguntar, y yo soy demasiado cobarde como para contárselo, porque puedo imaginarme perfectamente el tipo de comentarios y acusaciones que van a lanzar sobre él.

No digo que no lo merezca, pero ahora mismo sólo quiero olvidar, entregar y defender este tocho de páginas y seguir adelante. 

Además, mis padres también vendrán en unos días para celebrar que todo ha terminado, que tengo que seguir adelante, y preparar mis cartas de recomendación para enviar currículum a algunas galerías de la zona.

Mi futuro está lleno de esperanzas.

Sin él.

Pero repleto de otras cosas. 

Pero sin él.

Calla cerebro, que en breves nos toca enfrentarnos al tribunal.

Estoy repasando con mis diapositivas cuando el encargado de la residencia con una carta. 

- Soy el responsable, no el repartidor de nadie. 

- ¿Y cómo se supone que me tengo que enterar si me llega correo, entonces?

- Si os molestarais en preguntar de vez en cuando no tendría que hacer este tipo de cosas. 

Pongo los ojos en blanco y me despido dándole las gracias y cerrándole la puerta en las narices.

Para lo que me queda aquí...

Okey, tengo una carta en la que aparece la dirección de la resi y mi nombre, pero al darle la vuelta al sobre me doy cuenta de que no hay remitente alguno.

Vale.

O son mis amigos intentando tomarme el pelo, o son mis padres dándome una sorpresa en el día de mi defensa. 

Rompo el sobre con impaciencia y me encuentro un papel escrito a mano.

Creo que la letra me suena, pero no caigo en la cuenta hasta que leo la primera palabra:

"Julieta..."

No.

No, no, no, no.

Arrugo el papel y lo lanzo lejos de mí como si fuera un depredador acechando a su presa.

No.

Hoy, no.

Ni nunca. 

Si fuera por mí la quemaría y me borraría de esta historia. Sin respuestas, sin explicaciones, sólo una tirita que se arranca de cuajo.

No tengo tiempo para esto, Nathaniel. 

Nunca más.

Salgo de la habitación para cerrar esta etapa de mi vida.

La bola de papel arrugado en el suelo me mira de forma acusadora. 

Hemos terminado.


* * * * * 


Pero las cartas siguieron llegando.

Por suerte, esto no afectó a mi defensa, se podría decir que fue una especie de acicate que me dio fuerzas y ganas para quitarme todo aquello de encima.

Esa noche, lo celebré con mis amigos.

(Sin él)

Y cuando volví a la habitación, ahí estaba de nuevo.

Lo recogí y lo lancé a la papelera.

Pero a la mañana siguiente, un golpe en la puerta me despertó al punto de la mañana, y el amable encargado deslizó un nuevo sobre debajo de la puerta. 

Que yo automáticamente, y al ver de nuevo ese remitente en blanco, lancé a la basura. 

Al día siguiente venían mis padres, y esta vez el encargado me cogió cuando salía por la puerta, con su característico buen humor me puso un nuevo sobre entre las manos.

Esta vez lo tuve que guardar en el bolso, no iba a tirarlo en cualquier lugar y que eso les diera una pista del paradero de Nathaniel.

Recogí a mis padres y salimos a cenar, cuando volví a casa tiré el sobre al lugar que le correspondía.

Pero a la mañana siguiente tenía otro esperándome.

Que dejé encima de la mesa para irme a la cafetería a montar una fiestecita para todos aquellos estudiantes que habían entregado sus trabajos, como nosotros. Y por la noche, estaba tan cansada que se me olvidó lanzarlo a la papelera.

Lo hice al día siguiente, con el que llegó.

Y llegó otro el día de después, cuando despedí a mis padres.

El siguiente día me dieron las notas, y tras la victoria y la celebración juró que estuve más que tentada de abrir la carta, pero no.

El último sobre que me llegó era mas grueso que los anteriores, y ahí caí como una idiota.

No es para tanto, podría ser cualquier cosa y lo cierto es que me daba miedo que pudiera contener partes del cuerpo y amenazas de muerte.

Pero no, sólo eran dos billetes, ida y vuelta a otra ciudad, para dentro de una semana, y los acompañaba, cómo no, una carta, que empezaba de la misma forma:

"Julieta,

creo que a estas alturas he perdido el derecho de llamarte así, ni siquiera estoy del todo seguro de que estas cartas estén llegando a ti y tú seas tan ingenua para leerlas

Ingenua no es la palabra correcta. Buena, piadosa, amable suenan mejor.

Lo siento, otra vez

Y tantas veces como sea necesario, lo he repetido hoy, ayer, anteayer y seguiré haciéndolo, porque creo que nunca será suficiente.

Estoy bien, estoy lejos.

Aquí hay silencio. Aunque a mi nunca me gustó el silencio.

Pero es demasiado silencio.

Sin ti.

Perdona si te pido que vengas.

Perdona si dejo que te vayas."


Rewrite [Nathaniel, Corazón de melón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora