Capítulo III

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Se supone que a los amigos se los elige. A Mariano yo nunca supe si lo elegí o si cuando llegué al mundo simplemente él estaba esperándome.

Su padre había sido compañero de estudios del mío, se hicieron amigos, tuvieron algunos negocios en común y aún hoy se encuentran todos los sábados a la mañana en el club para jugar al tenis.

Con Mariano estuvimos juntos desde el jardín de infantes, durante casi todo el colegio primario nos sentamos juntos, íbamos al mismo club. Hasta un poco después de mis 11 años fuimos inseparables.

Una tarde volvía de su casa hacia la mía. Eran cerca de las seis. Caminé las dos cuadras que la separaban pateando las hojas caídas de los árboles, por eso recuerdo que era otoño.

Habíamos ido juntos al colegio y luego al club, estoy seguro porque entré a mi casa por la puerta de la cocina dejando mis zapatillas embarradas en el en el lavadero. Entrar por la puerta principal embarrando el piso era causa suficiente para hacer desheredado.

Por eso recuerdo tan claramente que entre por la cocina.

Por eso no me vieron entrar.

Iba caminando hacia mi cuarto y al pasar frente a la puerta del despacho de mi padre escuché la voz de Ezequiel, abrí la puerta para saludar y vi a mi madre con la cara entre las manos, levantó la vista al oír la puerta y tenía los ojos llenos de lágrimas.

Yo no entendía que era lo que estaba pasando, busqué a mi alrededor alguien que me explicara algo. Ezequiel bajo la vista y no me devolvió la mirada.

El que sí me miró, y cómo, fue mi padre. Tenía esa mirada que yo había tratado toda la vida de evitar.

-Andá tu cuarto- me dijo. Me quedé inmóvil. No entendía nada.

¿Por qué mamá estaba llorando? ¿Por qué Ezequiel no me saludaba?

AN-DÁ-A-TU-CUAR-TO-TE-DI-JE- Creo que si una serpiente de cascabel hablara sería más dulce que mi padre. Había tanta ira en cada una de esas sílabas, que no espere que la repitiera. Cerré la puerta y subí corriendo. A pesar de los años transcurridos, recuerde el día en que se que él se fue de casa.

Las dos veces había estado confinado en mi cuarto, pero esta vez lo que flotaba en el aire no era tensión, era violencia.

No sé qué habrían hecho ustedes, pero lo primero que hice fue llamar a Mariano.

Atendió la madre:
-¿Vos no sos el mismo que hasta hace 15 minutos estuvo con él?- se burló- Ya te paso.

Cuando Mariano se puso el teléfono de resumir la situación lo mejor que pude y se rió bastante con mi imitación del "an-dá-te-a-tu-cuar-to-te-di-je".

Cuando pudo parar de reír me dijo:
-Me parece que tu hermano la cagó otra vez.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora