Capítulo XXI

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Un par de días antes de Navidad nos fuimos al campo.

Pasamos Nochebuena solos con la abuela. Para fin de año llegaron algunos de mis tíos y Ezequiel.

Yo estaba feliz, al haber tanta gente era mucho más fácil poder pasar el tiempo charlando con Ezequiel. Ya no tenía dudas, me sentía bien con él. Disfrutaba de su compañía.

Esos cuatro días caminamos por el campo, cabalgamos, hablamos sentados a la sombra de un sauce llorón.

Una de esas tardes lo estaba ayudando a preparar café, cuando se rompió una taza que le cortó la mano. Me quedé inmóvil y Ezequiel también. Miraba la sangre y la taza, y en ese momento pensé en Mariano y si tendría razón. Creo que Ezequiel
percibió mi miedo, pero nunca me hizo ningún comentario al respecto.

Ese fin de año fue la primera vez que me dejaron tomar alcohol, una copa de champagne en el brindis de las doce.

Recuerdo esos días con sumo placer.

Cuando se fue Ezequiel y nos quedamos solos mis padres, la abuela y yo, ya había tomado la determinación de hacer algo para verlo más, no sabía qué, ni cómo.
Lo que sí sabía es que fuera lo que fuera que me acercaba a Ezequiel, el misterio, la curiosidad o lo que fuera, era un vínculo auténtico, verdadero.

Y tenía que encontrar la forma de que no se rompiera.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora