Capítulo XV

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Toda esa semana, la anterior a mi cumpleaños, estuve ocupado con los preparativos de la fiesta. Mariano me ayudó. Chequeó los invitados, nos acompañó a mi madre y a mí a hacer las compras, se ofreció para ayudarnos a acomodar cuando se fueran todos, etc.

Su compañía en todo momento me alivió mucho, estaba con él en el colegio, en el club, y en mi casa en mis ratos libres. Durante esa semana, entre la ansiedad del cumpleaños y Mariano, logré sacarme de la cabeza a Ezequiel.

Llego el sábado y con él la fiesta. Todo en orden.

-Hay comida como para un regimiento -dijo mi abuela al entrar en casa antes del mediodía.

Ella siempre llegaba temprano a mis cumpleaños, se quedaba a dormir y se volvia al campo temprano, la mañana siguiente.

La comida consistía en sándwiches de miga, salchichitas, empanadas, calentitos, chips, dips: todo hecho por mi madre al igual que una enorme torta de chocolate, rellena con dulce de leche, crema y merengue, decorada con frutillas.

El regimiento, que no era tal sino mis cuarenta invitados de todos los años, entre compañeros del colegio y del club, además de los parientes de rigor, arraso con todo.

Antes de la fiesta mi madre, al igual que en todas las reuniones anteriores que yo había hecho, se deshizo en pedidos de cuidados fundamentalmente por sus plantas. Ella quería que uno a uno, cuando llegaran les pidiera que tuvieran especial atención en no pisar ninguna planta ni romperle las ramas al rosal, "se pueden lastimar con las espinas", trataba de convencerme y de
convencerse por su repentina interés por la salud de mis amigos.

Obviamente que no hice ninguna indicación a nadie, el noventa por ciento de los invitados vivían en casas con jardines y tenían madres. Sabían que un pétalo caído es sinonimo de desmayo maternal.

La fiesta transcurrió sin ningún inconveniente, el parque resultó ileso, salvo que al gordo Fernando, un compañero de rugby, se le cayó un vaso de coca-cola sobre el parquet, lo que es sólo sinónimo de suspiro
profundo.

Cuando se estaban yendo los primeros invitados llegó Ezequiel, que nunca había venido a ninguno de mis cumpleaños anteriores, y caminó despacio entre las miradas de asombro de los parientes y las de curiosidad
de mis amigos. Sólo la abuela lo miraba divertida.

-Te... te perdiste la torta -le dije.

-No importa. Feliz cumpleaños -me dijo-. Tomá, es para vos.

Y me dio un paquete, lo abrí. Era un compact disc. De Dire Straits, "Brothers in arms".

-¿Hermanos en armas? -pregunté.
Me miró de arriba abajo y sonrió.

-No, Hermanos abrazados.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora