Capítulo XIX

100 10 0
                                    

Estuve angustiado, sin saber con quién hablar, ni qué hacer. Una tarde vi a mi madre en el jardín y me acerqué. Cortaba hierbas.

-¿Te ayudo? -le dije.

-Si, claro -contestó, alcanzándome unas tijeras-, cortá el tomillo.

Nos quedamos un rato en silencio, envueltos en el perfume de las hierbas. Hasta que le pregunté.
-¿Por qué nunca hablamos de Ezequiel?

Apoyó las cosas en el piso con mucha calma. Estiró su mano como para acariciarme. Me miró. Bajó la mano. Luego la vista y dijo
en un susurro.
-Hay cosas de las que es mejor no hablar.

Los ojos del perro siberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora