Capítulo 29

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Tanto Silvia como Grifffith se quedaron callados durante cerca de un minuto para procesar lo que estaba pasando; la chica volvía a estar sonrojada, mientras Griffith estaba nervioso y sudando sin control.

—Griffith ¿En serio? Después de todas las cosas que te he dicho y hecho ¿Cómo puedes...

—No te preocupes —dijo el chico, intentando ser comprensivo.

—Tienes cinco segundos para soltarme, si no lo haces te rompo las manos —dijo, volviendo a fruncir el ceño. Inmediatamente, tras procesar lo que Silvia le había dicho, el chico le soltó las manos—. Después del tiempo que llevamos juntos ¿Cómo puedes seguir tomándote tantas confianzas conmigo? —preguntó de nuevo, dándose la vuelta—. Olvidaré eso y que me has interrumpido mientras hablaba solo porque me vas a ayudar a conseguir a tu amigo.

En ese momento, Griffith estaba demasiado asustado para darse cuenta de que la chica solo le había dado la espalda para que no volviera a ver su rostro sonrojado ni como estaba sonriendo como una colegiala enamorada.

Mientras tanto, Santiago y Serena estaban comenzando a cansarse de caminar sin llegar a ningún sitio, y se sentaron sobre una roca a reconsiderar lo que debían hacer.

—Creo que deberíamos volver, es una posibilidad remota, pero puede que haya menos distancia hasta la primera ciudad en la que estuvimos que hasta la siguiente, lo único que tengo claro es que al menos sabemos que volviendo llegaremos a algún sitio —propuso Santiago, explicándolo lo mejor que pudo para que Serena aceptara su idea y se fueran de nuevo a junto a las monjas.

—No digo que no tengas razón, pero tampoco tenemos nada que hacer en aquella ciudad, lo mejor sería encontrar una zona nueva e intentar descubrir algo sobre como volver o sobre este mundo, tal vez tengamos que hacer algo en concreto para poder regresar a casa —teorizó la chica, mirando fijamente a los ojos de Santiago.

—Sé que te molesta que compare lo que nos está pasando con un juego, pero, generalmente cuando el héroe termina con el jefe final termina, tal vez tengamos que hacer lo que aquellas monjas querían para regresar a casa.

—Puede que tengas razón, está bien, volvamos junto a aquellas monjas, aunque tenemos que darnos prisa, está comenzando a anochecer —accedió la chica, para después señalar que el sol se estaba poniendo.

Serena y Santiago comenzaron a caminar de vuelta a la ciudad, a pesar de que aceleraran el paso, llevaban mucho tiempo caminando, y lo más probable era que los pillara la noche por muy rápido que fueran, Santiago se dio cuenta de esto tras media hora caminando a la máxima velocidad que podían sin cansarse demasiado, y propuso a Serena dormir en la intemperie.

—¿Eres tonto? —preguntó la chica retóricamente sin detener su paso para no perder el tiempo—. No pienso dormir al aire libre, no tenemos camas, ni tiendas de campaña, ni sabemos como hacer fuego, hacerlo sería una invitación a morirnos de frío.

Santiago no podía contestar a los argumentos de Serena, todo lo que había dicho era cierto, mientras seguían su camino, el chico comenzó a pensar que sí por lo menos pudieran hacer fuego no sería tan malo, y en ese momento se dio cuenta de que sí que podía hacer fuego.

—Serena, sí que tenemos fuego.

La chica notó una luz detrás de ella y se giró para ver como Santiago sostenía una bola de fuego en su mano, al principio se preocupó por la temeridad del chico, hasta que se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era magia y no le estaba haciendo nada a pesar de que incluso desde su posición podía notar el calor de esta.

—Da igual, dormir al aire libre es...

A Serena no se le ocurría nada que no se considerara ser una persona remilgada para evitar dormir al aire libre, por lo que no tuvo otro remedio que callarse como había hecho Santiago antes y sentarse delante de una hoguera improvisada que fabricó el chico con un montón de hojas, varias ramas y su magia.

—No se está tan mal, supongo —exclamó la chica, al verse envuelta ante el agradable calor de la hoguera.

—Yo vigilaré la hoguera, tu duerme por el momento —dijo Santiago, sabiendo que el era el único que podía volver a encenderla en caso de que se apagara en medio de la noche.

Sin embargo, Santiago no aguantó ni siquiera una hora despierto, y las horas comenzaron a pasar sin darse cuenta, un par de horas más tarde fue despertado por un grito de Serena, los Goblins que la chica había evitado que Santiago mataran estaban agarrando cada uno una extremidad de Serena mientras el más pequeño estaba entre sus piernas forcejeando para abrírselas. Al darse cuenta de la situación Santiago intentó levantarse para ayudar a su amiga, sin embargo, mientras dormían los Goblins se habían encargado de atarlo para que no interfiriera en cuanto se despertaba.

—¡Santi ayúdame! —gritó la chica, en un inútil intento para que lo que estaban intentando los Goblins no llegara a tener éxito, siendo lo único que impedía que el pequeño Goblin se adentrara en ella, su falta de fuerza, cosa que se solucionaría en cuanto Serena no pudiera resistirse más a que intentara abrirle las piernas.

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