⁰⁶. La Forze di una Estrada

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𝓲𝓽𝓪𝓵𝓲𝓪𝓷 𝓰𝓪𝓵𝓵𝓮𝓻𝓲𝓮𝓼

(⁰⁶)Y si es que la desolación que guardo, aparece

y entre calles desiertas me pierdo

si es que el dolor que siento estremece,

éste se va cuando cerca te siento


Madeleine esperaba volver a caer en algún paisaje natural, como lo estaba haciendo últimamente, por ello, se sorprendió cuando se encontró en una ciudad de rascacielos altísimos, tanto que el cielo azul violáceo apenas se entreveía, dejando reflectar los colores sobre los edificios. Frunció el ceño. No veía autos ni personas, y tal vez eso se debía a que las calles del lugar estaban inclinadas, en ángulos que sólo un terremoto pudo haber dejado de esa manera, las mismas subían y bajaban en montes rectos, disparejos, parecía ser que alguien había tomado el asfalto y lo había doblado a su antojo. Las construcciones estaban en extrañas inclinaciones que hicieron creer a la joven que en cualquier momento podrían caer. La ciudad parecía abandonada, tanto los edificios -ya que uno que otro estaba falto de vidrios-, como el exterior. Los faroles que alumbraban vagamente las calles no parecían tener mucho propósito, porque no había nadie a quien alumbrar.

Comenzó a caminar por la acera, procurando no tropezar en ningún momento. Deseaba que Luke apareciera rápido. Se sentía un viento seco y fuerte, el cual movía su pelo, y parecía ver sombras en algunas esquinas. Sintió también que el mismo movía su ropaje, por lo que se fijó en lo que estaba usando. Lucía un vestido amarillo que le llegaba hasta un poco más arriba de sus rodillas. El fuerte e intenso color cálido de lo que llevaba puesto contrastaba enormemente con el entorno frío.

Le angustiaba estar en aquel lugar. Esa ciudad estaba desolada, como ella desde que su madre se fue a Buenos Aires. El silencio reinaba, como en su casa.



Luca se encontró en una ciudad. No veía ni un alma en las calles, pero, de todas formas, sentía bullicio, como si aquella multitud faltante se encontrara solamente en el aire. Sentía el pasar de la gente, el correr de los autos y el resonar de las voces. Miles de conversaciones resonaban en sus oídos, por lo que no podía acatar ni siquiera una palabra de lo que se decía en alguna. Luego de unos minutos de escucharlo todo, pero no viendo nada, creyó estar volviéndose loco, ¿Estaría imaginando todo eso?

Claro que estás imaginando todo esto, dijo una voz sobre todo el ruido, estás soñando.

Soñando o no, aquello lo desesperaba. Tenía ganas de llevar sus manos a sus orejas y arrancarlas.

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