Ahí abajo

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Todavía sigo aquí, tirada como si mi cuerpo ya no estuviese con vida. Me temo que mis costillas no están tan bien como yo pensaba. Creo que tengo alguna que otra rota. Me ha dado una paliza muy grande. Suerte que dejó el hacha de lado. Me ha echo muchísimo daño, tanto que ni podía levantarme del suelo, ni siquiera podía respirar bien. El echo de pensar que me quedaban minutos de vida, me hizo levantarme poquito a poco del suelo. Un suelo frío, lleno de humedad, un escalofriante río de sangre y un fétido olor a cadáveres en estado de descomposición. Aún recuerdo a mi perro ahí tirado...

Abrí la boca para poder hablar con los niños pero para mi sorpresa ya no estaban ahí. Me extrañé porque no oí ningún sollozo.

Me tumbé lo más rápido que pude. Pude oír como esa cosa subía por el pozo. Cerré los ojos pero no del todo para poder vigilar lo que hacía, cada uno de sus movimientos. Cuando ya estaba tumbada, pude ver como los dos niños estaban andando hacia las escaleras que subían a casa. No pude hacer nada para ayudarles. Esa terrible cosa los miró, pude ver como los miraba con gran interés pero sin embargo no los tocó. Luego, me miró y me pegó un pequeño empujón. Después de varios minutos, bajó de nuevo. Supongo que bajaría para buscar más comida.

Estaba casi segura de que ahí abajo hay gente, de que ese pozo conecta con alguna vivienda más y hay más gente sufriendo como yo. Gente que de la noche a la mañana, su vida, ya no sería igual, igual que la mía. Me debato entre la vida y la muerte.

Cuando ví que ya había bajado, me levanté poco a poco y fui hasta las escaleras donde estaban los dos niños. Les agarré muy fuerte de la mano y los tres subimos las escaleras para ir a mi habitación. Cuando ya estábamos en la habitación, cerré la puerta y moví la cama hasta ella. Así le sería más difícil poder abrir la puerta. Les dije a los niños que todo iba a salir bien, que no nos pasaría nada malo a ninguno de los tres. También les dije que mientras estuvieran en silencio, esa cosa no nos localizaría. Nos metimos en un rincón entre el armario y la pared. Cogí una manta grande y les cubrí, hacía un frío matador.

Después de que se calmaran un poco y entraran en calor, les pregunté de donde habían venido. Se pusieron muy nerviosos. Tardaron en contestarme pero al fin me respondieron, y me lo dijeron con mucho terror...

"De ahí abajo" 

Sin escapatoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora