Capítulo II: ¡Nappa ataca! ¡¿Sacrificios Inesperados?!

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Piccolo, Gohan, Krillin, Yamcha, Chaoz y Ten comenzaban a desesperarse, el tiempo marchaba sin remedio y no había señales de Gokú por ninguna parte. Y peor aún, la calma que embriagaba a los invasores les hacía sentir seres insignificantes, aunque Piccolo no lo reconocería jamás en voz alta, también estaba un tanto asustado.

Y las furtivas pero pesadas miradas que Anon les dedicaba a cada uno de ellos, eran realmente intimidantes.

—Gohan —dijo Piccolo, en un ronco murmurllo. Gohan, captando en seguida el llamado, se volvió.

—¿Sí, señor Piccolo? —preguntó, con voz seria, observándolo con atención. 

—¿Te has dado cuenta? 

—Si se refiere a ese ki que se puede sentir extrañamente fuerte desde que llegaron los Saiyajines, pues sí. Pero... no he podido identificar de quién proviene. Además, hay algo extraño en ese ki, se siente como si no fuese... Pues, no lo sé. No se asemeja a nada que haya sentido antes.

—Lo sé —respondió, frunciendo el ceño—. Yo tampoco he podido hacerlo. Pero dudo mucho que provenga del grandote. Yo diría que incluso es el más débil, muestra un profundo respeto por los otros dos y de hecho pareciera que les tuviera miedo, Gohan. ¿Será de... —un pitido suave pero identificable rasgó el aire e interrumpió a Piccolo, haciendo que todos los Guerreros de la Tierra se pusieran aún más nerviosos.

Anon, quién estaba sentada en una piedra más alta que Vegeta con ambos brazos cruzados, se puso en pie sin mostrar mayor inidicio de emoción. Sin embargo, Vegeta abrió sus oscuros y profundos ojos, dirigiéndoles a los Guerreros una mirada llena de maldad, anunciando con su voz grave que el tiempo había expirado.

—¿Y bien? —dijo Nappa—. ¿Puedo pelear ya?

—Relájate Nappa —murmuró Anon con fastidio, sin moverse ni un sólo milímetro.

—Gracias, Anon. Como sea, al parecer su magnífico y heroico Kakaroto no ha tenido el coraje de venir y enfrentarnos, ¿o sí? ¡Ja! Qué lástima, me habría gustado ver su cara mientras acabo con todos sus patéticos amigos. Pero, como sea, así esté escondido en el más recóndito del lugar del universo, ¡lo encontraré y le demostraré lo que el Príncipe de los Saiyajin es capaz de hacer! ¡Le recordaré antes de su muerte lo que significa ser un saiyajin verdadero a ese traidor de clase baja! —Vegeta estaba tan concentrado liberando su ferviente ira, que una pizca de su poder se escapó de su cuerpo, dando origen a una gran vestica que hizo a todos los terrícolas, excepto a Piccolo, temblar visiblemente. Naturalmente, Anon tomó nota mental de ese hecho—. Ah... Sí, creo que me dejé llevar —sonrió, cruzando sus brazos y relajándose de nuevo-. Nappa. 

—¿Sí, Vegeta? —dijo él, lleno de emoción.

—Acaba con ellos, puedes divertirte, la verdad no me importa.

—Pero sólo una cosa, Nappa —advirtió Anon con una voz firme, digna de un líder. Tenía los ojos cerrados, pero los abrió antes de decir—: El Namekusei es nuestro. No lo toques, es el único que puede tener información útil sobre las Esferas del Dragón.

Nappa asintió, pero luego buscó afirmación visual con Vegeta, quién se la concedió, pero esa acción no le agradó para nada a Anon.

—¡Oye! ¡¿Estabas dudando de llevar a cabo una orden directa?! —rugió ella de pronto, haciendo que Nappa se pusiera nervioso y negara con la cabeza.

—No, Anon, no fue así... Yo sólo...

Anon lanzó un suspiro de irritación y levantó una mano, ordenando que parara.

—¿Sabes qué? No me pondré de mal humor por alguien como tú, Nappa. Sólo haz lo que te hemos dicho y no toques al Namekusei.

—¡¿Qué diablos están balbuceando ahí, ah?! —exclamó Piccolo con una gran ira saliendo por sus poros. Anon lo miró con curiosidad y sonrió con malicia.

Dragon Ball Z: ¡La Saiyajin!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora