Epílogo.
Catorce años después.
Mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero, intentando acomodar a la perfección su corbata de seda negra, no pudo dejar de pensar que todos esos años no habían pasado por su rostro, pues se vio exactamente igual que a los veinte, veinticinco o a los treinta. Lo que si cambió con el pasar de los años fue su forma de pensar y desenvolverse con el resto de la población humana, mutando de forma irremediable su corazón ante aquello.
Pensar en que esa noche celebraba su cumpleaños número treinta y cinco en compañía de las personas que, a pesar de sus resquemores justificados, se convirtieron lentamente en una parte importante de la familia que en ese momento poseía. Y eso, a pesar del tiempo transcurrido, no dejaba de sorprenderlo. Los Weasley casi al completo habían estado todos esos años a su lado porque venían en el paquete incluido si es que quería la compañía de Harry Potter. La única que no participo entusiasmada de aquella comunidad fue la comadrejilla pequeña, quien a pesar de todo no dejaba de mirarlo como si fuera la peor criatura del universo.
Un simple gaje en el oficio que era hacerse parte del círculo familiar que era muy importante para el amor de su vida.
Esos pelirrojos se habían comportado con deferencia los primeros años, luego con respeto y ahora con cariño y compromiso. Incluso también recibía los abrazos de la señora Weasley y sus chalecos personalizados cada navidad.
El auror y Granger también, lentamente, habían pasado a ser una extraña especie de amigos para él. Muchas veces se reunió con la sabelotodo a beber un café y conversar cosas intelectuales, planear vacaciones, e incluso regalos para el pelirrojo, a pesar de sus indirectas casi mal intencionadas. Con Ronald la cosa fue bastante más difícil, y lo entendía, Granger era una de las personas más interesantes e inteligentes que había conocido y para su desgracia, Weasley, lo único que tenía era fuerza bruta. Ella, sin demasiado esfuerzo había caído en sus redes, quizás por ser en definitiva polos opuestos. Una pareja con un balance desbalanceado... igual que lo que tenía él con Harry.
Al final, siempre los opuestos se atraían. ¿Y quiénes mejor que ellos cuatro para decir que había funcionado?
Ahora, muy probablemente no solo ellos estaban en el salón sino que también la manada de Gryffindor que aún seguían siendo amigos de Potter, sin olvidar a Blaize y Teo, que seguían a su lado a pesar del tiempo y la distancia que muchas veces existía entre ellos.
Aunque, pensándolo mejor, él se sentiría mucho más feliz si hubiera podido disfrutar la noche y el día siguiente solo con su familia... pero Harry insistió hasta el cansancio para que celebrara su cumpleaños, uno que por fin pasarían en Londres y no viajando por todo el mundo gracias a su trabajo como pianista. Narcissa, por supuesto, había estado muy emocionada y secundó la idea de su yerno sin chistar. A él no le quedó más opción que aceptar, principalmente porque nunca le había dicho que no a su madre y mucho menos a Harry.
Así que ahí estaba, intentando poner de forma correcta la corbata en su cuello y vestirse todo lo elegante que podía para esa fiesta que se le antojaba mucho más distinta a las que se hacían en su antigua casa... pues esta era una reunión familiar y no una junta de enemigos mentirosos e hipócritas.
Estaba pensando en eso cuando se fijó en el anillo de oro blanco que adornaba su dedo anular. Un dragón comiendo su propia cola, un 'uroboros' que simbolizaba la naturaleza cíclica de las cosas, el retorno del tiempo y la continuidad de la vida... el amor eterno que sentía por Harry... la absoluta comunidad de sus vidas representada en ese anillo, y en el que también tenía Potter en su dedo.
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Somewhere I Belong
RomanceYa han pasado cuatro años desde la guerra y la única preocupación de Harry Potter es intentar adivinar qué clase de fiesta le prepararan sus amigos para su próximo cumpleaños, el número 21. Por otra parte y para su cierta desgracia, Draco Malfoy ha...