acosador

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Sebastián Stan

Estire las piernas lo más que pude dentro del asiento conductor de mi automóvil, mientras apagaba el motor, me coloque las gafas de sol sobre mi nariz, y la gorra azul de new york. Era algo así como un camuflaje. Aunque estaba muy lejos de mi casa y mis amistades en común, nadie me conocía en esta colonia, solo una persona, ella. Mila Martell, la maestra de los hijos de mi esposa.

Desde ese día fatídico, que la salve de un pendejo borracho en mi bar, he hecho esto todas las tardes. Aparco mi coche dos edificios antes que el suyo, siempre a la misma hora, para verla caminar con sus audífonos puestos, esa bolsa gigante que cuelga de su hombro y su cabello rizado, en ese tono cobrizo, siempre despeinado, que me encantaría envolver en mi mano y.....

Ahí va. Con pasos inseguros, con la mirada en el piso, me acomode el pantalón de mi entre pierna, ella giro su rostro, mirando sobre su hombro, como si buscara a alguien pero no miro a mi dirección, sus gafas gruesas colgaban de la punta de su nariz, mirándose tan seductora como siempre. Esto estaba jodidamente mal, no porque la encontrara atractiva, que así es, si no porque ella en cierto punto es prohibida. Malditamente inalcanzable.

Recargue mi cabeza sobre el cristal de la ventana, cerré los ojos recordando como estuvo en mi oficina, desprotegida, tan vulnerable, que hubiera sido tan fácil corromperla, pero mi moral estuvo presente, recordándome que no era digno de su devoción.

Prolongue lo más que pude mi estadía ahí, diciéndome a mí mismo que no podía subir a su apartamento y reclamarla, por más que quisiera. Con los ojos cerrados aun, encendí el motor, un segundo más y cometería una locura, tome la palanca de cambios y estaba por retirar el pie del freno cuando lo vi, bueno a él no, pero reconocería ese carro donde fuera, aparco frente al edificio de  Camila, espero fuera por más de cinco minutos, cuando ella salió, luciendo radiante, con el cabello húmedo, un ligero vestido color negro y zapatos de piso, se veía esplendida, pero recordé para quien se vistió así, el idiota tomo su mano y la beso, sin soltarla la llevo hasta su camioneta, ella tenía una pequeña risa y metía su cabello detrás de mi oreja, todo para mí fue en cámara lenta, ¿Cómo podía?, ¿Por qué era el único que sentía un agujero en el pecho? Que solo se iba cuando ella estaba a mi vista, no podía detenerlo, esto que sentía por ella ya estaba muy profundo dentro de mí.

Apreté el volante hasta que mis nudillos dolieron, sabía que era lo peor pero aun así los seguí, tomando todas las precauciones para que él no se diera cuenta que lo seguía, si estaba cavando mi propia tumba.

Tiene memoria la piel | Sebastian Stan |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora