Cumpleaños entre llamas

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—Y bueno, eso es todo por ahora —contó el de cabello de dos colores. La mujer a su lado asintió alegre.

—Algún día deberías traer a tus compañeros de piso para que pueda conocerlos, Shoto —pidió la adulta de mirada gris a su hijo. Este sonrió un poco.

Sus compañeros de piso se habían convertido en algo así como una familia. Iida hacía de madre y padre a la vez, mientras que a Uraraka la consideraba su hermanita, teniendo que ayudarla de vez en cuando. Y luego estaba Midoriya, que era como otro hermano menor.

La mujer había escuchado atentamente a su hijo contarle todo lo que había ocurrido desde que se mudó a los apartamentos de la escuela. Shoto no se había dejado ni un detalle, tanto en los momentos graciosos como vergonzosos.

Hubiera preferido saltarse la parte de la cucaracha, pero es que sabía que a su madre le haría gracia y no podía negarle esa sonrisa.

Siguió hablando con su progenitora durante un rato, hasta que el reloj marcó las seis.

Se despidió de ella, prometiendo que vendría la siguiente semana si no tenía muchos deberes. Durante el camino recordó todos y cada uno de los momentos relatados con anterioridad, sacándole una sonrisa. Un par de chicas que se encontraban en el tren con él casi se desmayaban por lo hermoso que se veía, pero él no les prestó atención.

Por los pelos llegó antes de que el toque de queda empezara, por lo que en media hora cenarían.

Entró dentro del apartamento y se quitó los zapatos, pero no llegó ni a pisar la alfombra y ya escuchaba gritos por doquier.

—¡Midoriya-kun, se quema la salsa!

—¡Ya voy, Iida-kun!

—¿Dónde está la toalla? ¡Dios, la cucaracha ha vuelto!

Y bueno, al final todo explotó porque Midoriya olvidó de quitar la salsa del fuego al correr de la cucaracha. 

En realidad, Todoroki fue a socorrer a sus compañeros. Congeló la olla de salsa para que no quemara la casa, pero no fue capaz de llevarle una toalla a su compañera.

Y no, no era por estar en el baño sin toalla, pues podía tranquilamente dejarle la toalla a la puerta y que ella la cogiera.

Era por la cucaracha, la maldita cucaracha.

A regañadientes los tres jugaron a piedra, papel y tijera. El perdedor fue Iida, y para no tener que arriesgarse, usó sus motores para ir lo más rápido posible y darle la toalla a Ochako.

—¿Eh, gracias? —murmuró la castaña. Salió del baño ya en pijama y se dirigió a la cocina.

—Uraraka, tienes que hacer de nuevo la salsa.

—¿Nos queda dashi y mirin?

—Sí.

—Pues adelante.

Ese cumpleaños, Shoto disfrutó de un apresurado pero delicioso plato de soba frío con sus queridos compañeros.

Fin.

Entre koseis y risas  [Izuocha]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora