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Capítulo 8

Mega maratón 7/10

Esto no sería tan malo. La comida estaba en un refrigerador en la maleta, junto con la manta. Tenía el oboe de Chico Reed y otra rosa, color rosa, junto conmigo en el asiento del pasajero. A el le había gustado la primera, así que supuse que una segunda sería una buena idea. Estacioné frente a su apartamento y respiré hondo. ¿De dónde salían estos nervios? Yo era el maldito Emilio Osorio y no me ponía nervioso, no antes de un juego y menos por un chico.

Molesto, tomé el oboe y la flor y salí del auto. Caminé y apreté el botón del elevador. ¿Era tan difícil? Sólo tenía que llegar a su puerta, pasarlo a buscar e irnos. Yo lucía demasiado caliente con un par de jeans, una camisa negra y una chaqueta de cuero negra. Refrescaba por la noche así que la chaqueta servía para eso también, además de hacerme lucir bien. Tenía que asegurarme de que Chico Reed llevara una chaqueta. Aunque, tal vez no. Yo podía mantenerlo caliente.

El elevador se abrió, y por suerte no me encontré con ninguna chica con la que pude haberme acostado en el pasado. Caminé hacia la puerta de Joaco y pasé mi mano por mi cabello antes de tocar el timbre. La puerta se abrió y sostuve la flor, pero me encontré con piel, lo cual no hubiera sido malo si fuera piel de mi chico, pero no, estaba mirando a un sonriente Diego, quien estaba usando únicamente un par de boxers con caritas felices y unas botas de vaquero. Mierda.

—¡Oh, Emilio, no te hubieras molestado! —Quiso tomar la rosa, pero golpeé su hombro—. ¡Ow! Eso no es lindo de tu parte. —Hizo un puchero. Que maldito idiota.

—No es para ti, imbécil. ¿Por qué abres la puerta?

Él sonrió.

—Ren estaba… uh, ¿Cómo lo llamas?

—Desnuda —dije. Él estaba más jodido de lo que pensaba si no podía recordar esa palabra.

Hizo una mueca.

—No. Quiero decir, sí, pero eso no fue lo que dijo. ¿Dispuesta? —Sus ojos se agrandaron y se giró frenéticamente hacia la sala—. Estás bien, ¿verdad, esposa?

—Indispuesta —gritó desde la habitación. Dios.

—Sí, eso es —asintió—. No he visto a Chico Reed porque yo estaba dispuesto también, de la mejor manera posible.

Pasé a su lado y golpeé la puerta de Joaco.

—Chico Reed, ¿estás listo?

—En un minuto —respondió.

Suspiré y me giré hacia Diego, quien estaba de pie en el pasillo con la puerta abierta.

—Creo que deberías cerrar la puerta antes que se escapen los gatitos.

Hizo una mueca de horror y rápidamente cerró la puerta.

—¡Jimmy! ¡Hendrix! ¿Dónde están?

—Están aquí —dijo Pequeña desde su habitación.

—Oh, bien. —Diego lucía aliviado—. Puedes sentarte.

Miró alrededor y caminé hacia la sala. Tan pronto como me senté en el sofá, una pelotita de pelo gris corrió a sentarse a mi lado. La atrapé antes de que se tirara en mi chaqueta.

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