Capítulo 9.

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Salí de la habitación y me choqué con Jesús.

—Ups —dijo Jesús —perdón

—¡Hola! No pasa nada.

Empezamos a reirnos.

—Has crecido, ¡eh!

—¿Si? Tampoco tanto

—Un poquito nada más, es que se cuanto mides me acordaba de todo de ti, tú pelo, tú sonrisa, tus lágrimas, tus labios... —dije mirándolo de arriba a abajo.

Jesus agacho la cabeza medio riéndose.

—No te rías no e dicho ninguna tontería.

—Vale vale.

No había nadie en el salón y nos sentamos en el enorme sofá. Cogí la nata, que aun estaba intacta y le eché en la nariz.

—Que mala eres.

—Tranquilo, yo te la quito —dije riendome.

—¿Te puedo echar yo a ti?

—No no —dije poniendo cara de mala y riendome.

—Joder pues yo te quiero quitar a ti también.

Me eché yo también en la nariz y me la quitó.

—Esta buena la nata.

—Lo sé, me recuerdan a tus besos o eso creo — dije con una sonrisa tonta.

—Si quieres compruebalo.

—No voy a caer en esa trampa.

—Te e dicho si quieres, si no pues no —dijo Jesús guiñandome un ojo.

—Caro que quiero, pero no quiero liarla con Pablo.

Me levanté del sofá y Jesús también.

—Oye, yo quiero nata déjala aquí.

Me volví para darle el bote y me cogió de las manos y me tiró hacia el sofá haciendome caer encima de él y los dos tumbados.

—Jesús...

—Dime princesa.

—Sé como va a terminar esto, me va a gustar el final, pero nos vamos a hacer daño a nosotros mismos.

—Me da igual, necesito sentir tus labios fundiéndose con los míos aunque sea por última vez.

—Yo también quiero, pero... Pablo... el confía en mí, no le puedo hacer esto otra vez.

—Pues en secreto, si no nos va a ver nadie, estan todos fuera y si tú no le dices nada no se va a enterar, por favor lo necesito.

—Es que esto se nos va a ir de las manos y... —dije suspirando —no va a ser el último.

—Que sí, confía en mí.

—Pero Jesús, no puedo, ¿y si terminas gustándome del todo?

Sería un amor imposible y lo sabes, tú estarías en tu mund, con tu fama y yo aquí, a kilómetros de ti viendo como abrazas a otras y que yo no pueda y... que nunca fueras a ser mío... —dije con los ojos llorosos.

—Te amo... –dijo susurrándome.

Al final no pude más y nos besamos, estuvimos así un buen rato, hasta que me sonó el teléfono, era mi madre que me estaba llamando. Me dijo que podíamos quedarnos a dormir allí, pero solo los más cercanos.

—Me encantas.

—Y tú a mí, eres... perfecto.

Me iba a besar pero mi hermana entró, iba con Dani de la mano, no nos vieron iban a una habitación.

—Anda que estos... —dijo con una sonrisa pillina.

—Que hagan lo que quieran, pero todo con protección.

Nos reímos me levanté y le di la mano.

—Ven —dije extendiéndole la mano.

—¿A dónde?

—Ahora lo veras.

Subimos las escaleras y estaba la terraza donde había un sofá grande, una mesa y una chimenea. La parte que pegaba hacia fuera esta cerrada con una pared pero el techo era de crital.

Nos sentamos en el sofá, teníamos frió y cogí una manta gorda de terciopelo, nos acurrucamos y nos la echamos por encima.

Soltamos la nata en la mesa nos tumbamos en el sofá y estuvimos contemplando las estrellas entre besos y risas, hasta quedarnos dormidos.

Me levanté, no había nadie, excepto Laura, Patri y Pablo en una habitación de camas separadas, mi hermana y Dani en otra habitación con una cama de matrimonio, y Jesús y yo en el ancho y grande sofá que había en la terraza.

Yo tenía frió y era temprano, me dolía la cabeza, pero yo aquí no me iba a quedar por si se levantaba Pablo.

Mi perfecta maldición. - [Gemeliers].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora