Cap. 9 *Repugnante*

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*Anteriormente*
No me dio tiempo a girarme y ver a mi agresor antes de desmayarme.
*Ahora*
(Lugar desconocido)
–¿Qué coj... Dónde estoy?– dije despertándome de un que parecía haber durado días sin haberme dado cuenta.

Me encontraba en una sala oscura solamente alumbrada por un pequeño candelabro atado de pies y manos a una silla. La habitación estaba oscura pero me pareció ver una puerta. Sí, sin duda era una puerta.

En ese momento me di cuenta que esa puerta era lo único que me separaba de la libertad.

Empecé a forcejear intentando zafarme de los nudos en mis muñecas y tobillos. Estaban bastante bien hechos y apretados. No hubo manera.

"¿Quién puede haber sido? ¿Quién querría secuestrarme?"

Comencé a pensar en posibilidades pero según aparecían en mi cabeza, se iban, poniéndome cada vez más nervioso.

"A ver, puede haber sido la marina... No, me tendrían encarcelado, no atado. ¿Y algún cazador de piratas? Tampoco, estaría muerto o, de nuevo, ya en manos de la marina. Maldita sea Oda, ¿tenía que pasarme esto ahora? ¿Cuándo por fin estaba bien con Sanji?"

–Maldita sea, ¿¡Quién demonios me tiene secuestrado?!– grité desesperado.

Parece que ese fue el momento en el que mi secuestrador se dignó a aparecer.

–Vaya, con que ya has despertado...– dijo una voz proveniente de la sombra que acaba de entrar.
No, es imposible. No puede ser.

–¿Mi-mihawk? ¿Eres tú?– dije perplejo al ver al pelinegro entrar por la puerta.
–Vaya, parece ser que todavía me recuerdas. Sí, soy yo Roronoa– respondió.

Dracule Mihawk era un antiguo amigo de mi padre. Nos visitaba mucho cuando yo era pequeño debido a lo buen espadachín que era y al amor que tenía mi padre por la disciplina del manejo de la katana. A la temprana edad de cuatro años, comencé a desarrollar mi pasión por el Kendo y por el arte de la espada, por lo que mi padre le pidió a este sujeto que me entrenara, y yo, por supuesto, acepté las lecciones con gusto.

Siempre se comportaba de una manera muy cercana a mí. Siempre lo quise mucho, le consideraba una especie de padrino.

Cuando mis padres murieron al cumplir yo seis años y empecé a vivir con mi abuelo, este consideró a Mihawk un pirata desalmado sin honor y no permitió que volviera a instruirme. A cambio, me apuntó a un dojo a entrenar con un supuesto "sensei real". Ahí es donde conocí al sensei Koushirou y a Kuina. El resto ya lo conocéis.

Esas clases me hicieron ver lo bueno que era y lo mucho que tendría que entrenar para convertirme en un espadachín tan bueno como él. Y tras el incidente de Kuina, supe que, para cumplir nuestro sueño y honrar su memoria, debía vencerlo en combate.

No lo volví a ver hasta el encuentro del Baratie.

–Pero... ¿Qué haces tú aquí? ¿Y qué hago yo atado?– pregunté.

Me dedicó una mirada llena de deseo mezclada con inocencia y lástima.

Ahí, tras años y años, en ese momento dos de las pocas neuronas que tengo se conectaron.

Me di cuenta que ese supuesto cariño al que consideraba "fraternal" era más que eso. Que pasaba la raya.

Me di cuenta de las caricias que me hacía, de las miradas lascivas que me echaba, lascivas y asquerosas. Que cuando me ayudaba a mantener una buena posición con la katana... ¡Diablos, me tocaba el culo! ¡Y solo era un niño!

Ahora puedo reconocer una mirada lujuriosa permanente en sus ojos color miel cuando nos vimos en el restaurante del cejillas.

Y ahora me doy cuenta que... El desconocido del periódico que me miraba como si fuera una puta en el hostal... ¡Era él!

¿Estaré enamorado? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora