Entre tanto blog, (log y chateo, Diego llegó a mi vida a través de una cadena de contactos. En seguida nos enganchamos contándonos nuestras cosas. Era diez años mayor que yo (yo tenía 16 años en ese momento) medio loco y sexópata. Muy creativo y artista, estudiaba arte y dibujo, y le gustaba cantar acompañándose con la guitarra.
Leía lo que yo escribía en mi flog y me preguntaba por qué me sentía así, me resultaba más fácil contar mi vida por mail y le fui explicando qué me pasaba; era gorda, horrible y estúpida, y el mundo era una mierda. Me decía que se le hacía difícil creerme porque para él era una persona encantadora, llena de dulzura, y que la belleza no pasaba por la gordura. Aunque estuvimos todo ese tiempo sin conocernos, nos veíamos por la cam. Yo le había enviado una de mis fotos de quince, y él me envió una suya. Era tremendamente flaco (los amigos le decían espárrago), no era lo que se puede decir lindo, pero me gustó. De a poco me fui enamorando porque me dedicaba tiempo, me comprendía, con él podía hablar sobre los temas prohibidos en mi casa (sexo). Su delirio era lo que nos unía. Me hacía poemas y dibujos, me enseñaba las cosas de sexo que no conocía, explicándome lo que pasaba la primera vez, «es lindo sobre todo si estás enamorada», me contaba. Componía canciones para mí, un poco groseras y subidas de tono, es cierto, pero me encantaba su creatividad. Me enviaba fotos y videos porno (que nunca vi porque me parecían un asco) para que aprendiera, ya que no podía creer que nunca hubiera estado con ningún chico ni tenido novio. Era mi profesor y yo su alumna. Me aconsejaba, intentaba que hiciera algo con mi vida, que retomara los estudios (que había largado hacía unos meses) tratando de convencerme de que era muy inteligente pero necesitaba ejercitar el cerebro. Quizá no era el más lindo, ni el más bueno, pero ¿era el mejor para mí, sería capaz de darme todo el amor que venía anhelando? Siempre que sentía que alguien tenía un buen gesto para conmigo, primero me preguntaba por qué y al no encontrar respuesta, fantaseaba con que esa persona fuera a quien yo le entregase todo mi amor (creía tener tanto como grasa acumulada).
También me hacía reír, mandándome dibujos de nosotros haciendo el amor e historietas donde éramos los protagonistas. Decía que todos mis problemas se acabarían si me acostaba con él. «A vos lo que te falta es que te cojan, y se te van a ir las crisis.-» Nunca acepté, no porque no quisiera estar con él y entregarme a su amor, que para esa altura ya se había convertido en una obsesión en mi vida, sino porque no toleraba la idea que me viera desnuda cuando ni yo misma podía mirarme al espejo. No podía vivir sin él, cada vez que me cortaba lo llamaba llorando y encontraba las palabras justas para calmarme. Juntos volábamos, delirábamos de amor, fantaseábamos con ir al cementerio de noche'(lugar que para mí siempre tuvo una fascinación macabra), que yo me desnudara sobre una lápida mostrándole uno a uno mis cortes para que me los curara con sus besos, y termináramos los dos haciendo el amor apasionadamente, escondidos dentro de una bóveda, entre los cajones con esqueletos y telarañas.
La historieta más tierna que me envió fue aquella donde yo estaba en un hospital, internada por una crisis depresiva. Por esa época, me gustaba mucho Barney, el personaje para chicos. Sí, ya sé que es un dinosaurio idiota y medio gay, pero a mí me encantaba. Él lo sabía, ya que en nuestras charlas románticas lo había apodado así, y se representó como el doctor Barney que venía al hospital a curarme. Llegaba hasta la cama donde estaba internada y me pedía que me levantara, que él tenía la solución para mi enfermedad. Abría su disfraz violeta, me metía adentro junto con él y teníamos un sexo feroz donde yo ponía en práctica todas las cosas que él me había enseñado en tantos meses. Le encantaba instruirme acerca de lo mejor del sexo, porque disfrutaba imaginándose como un héroe que salvaba a la doncella (ogro como la de Shrek) de sí misma con su pene mágico, ¡¡por favor!!
Tenía una manera muy especial de demostrarme cariño, usaba términos rebuscados para decirme algo tan simple como «te amo», trataba de hacerlo con metáforas y con poesías románticas que me hacían morir de amor por él, aunque no siempre las comprendiera del todo.