Introducción.

1.6K 48 1
                                    

Me duele, y nadie se imagina cuánto. Ya no es un sentimiento, es un estado. No me siento sola, ESTOY sola. La gente que se suponía que debería estar conmigo, hoy no está. Se borran, desaparecen, no contestan llamados ni mensajes de texto, no responden ante mis gritos desesperados de auxilio.

Siento que para muchos soy invisible, que lo único que ven en mí son cortes, intentos de suicidio, o crisis. Vivo en crisis, es verdad, pero sigo viviendo igual. Estoy acá, respiro, hablo, lloro, pero, aun así, nadie puede verme. Sin otro remedio, me resigno a vivir de esta manera, invisible para el mundo, rechazada por mí. No puedo quererme, no, mientras alguien no me demuestre que vale la pena...

Siempre me pregunté qué se sentía antes de morir. Pensé que nunca lo iba a saber, pero hoy puedo decir que conocí la muerte. La viví y la vivo constantemente. Ver que mi familia se sumerge en la angustia me mata. Ver que mis amigas no están, no las siento. Ver que lo más lindo de la vida se rompe, al tiempo que yo me quiebro. Ver que pierdo todo y me quedo con menos que nada. Estoy sola, ya no tengo con quién reír, ni con quién llorar. No tengo amigas, ni abuelo, ni mamá. No tengo vida, no tengo nada más. Estoy cansada. Estoy cansada de vivir cuando deseo morir. Estoy cansada de esconder mi llanto, mi pena, mi alma. Quizá me lo merezca, como escuché que me decían alguna vez. Tal vez deba pagar con la soledad y la angustia todo el dolor que ocasioné durante tantos años. Los lastimé y no tuve piedad. Pido perdón, perdón por todo. Sé que algún día verán que los amé de verdad.

No Llores porque muero, alégrate porque alguna vez estuve viva.

Escrito en un día de crisis.

Giuliana

Siempre dije que mi mente era mi peor enemiga... que nadie podría hacerme más daño del que podría hacerme yo misma. Pero creí morir cada vez que alguna de las personas que amaba me abandonaba.

Empecé con cortes, seguí con pastillas, todo esto por dolor. Porque no soportaba que se alejaran de mí, aun cuando fuera necesario. Primeramente porque tenía que crecer, dejando de lado la mano de mamá, afrontando la realidad, lo que me tocaba ser o, mejor dicho, NO SER. No era normal, quizá porque me sentía especial, diferente del resto, porque los demás estaban un paso adelante, y yo aún seguía atrás. Porque los demás jugaban a ser felices mientras yo moría de angustia. Mi angustia, ¡qué tema complicado!

Quizás estaba triste porque no conseguía aceptarme al mirarme al espejo, me detestaba: tenía 30 kilos de más.

No sólo llevaba el dolor que se padece al tener tanto sobrepeso, sino que también tenía que cargar con las intimidantes discriminaciones de mis compañeros de colegio. Tampoco quiero echarles la culpa porque, al fin y al cabo, yo decidía ponerme mal por esas cosas.

Retomando, quería ser como ellos, quería reír, sentirme feliz, pero me sentía pésimo, no quería vivir, me costaba e incluso hasta me dolía hacerlo. Estaba entrando, casi sin darme cuenta, en una terrible depresión que me llevaría a la destrucción total. Encontraba distintas formas de maltratarme, de agredirme; me odiaba, por lo tanto, lo merecía. Me discriminaba no (solamente) por ser gorda, sino por ser YO. Sufría por vergüenza, sufría por temor, sufría por rechazos, sufría por todo, por cualquier cosa. Sufría por sufrir, porque siendo lo que era (gorda, estúpida, inútil) no tenía derecho a nada, o, al menos, ésa era mi teoría.

No sólo seguí lastimándome con pensamientos suicidas, sino que llegué a cometerlos. Fueron más de mil cortes y cientos de pastillas los que pidieron auxilio por mí. Porque, claro, estaba tan enferma que no podía, ni me interesaba, pedir ayuda. No quería salir del infierno, quería quedarme ahí para toda la vida (¿acaso eso era vida?). Aclaro, lo único que conseguí con los cortes y las pastillas fueron dos internaciones. Al principio me parecía hasta gracioso pensar que me podían llegar a internar «¿Yo en una clínica? Por Dios, jamás». Hasta que me metieron y créanme que lo único que me parecía gracioso era la idea de seguir viva dentro de ese lugar. Fue espantoso.

Creía que debía soportar todo ese dolor como castigo por los pecados que había cometido. Amar fue el pecado más grande. Amar a alguien prohibido, sin miedo, sin límites. Me había enamorado de mi psiquiatra. En mi obsesión de amor creí que era un ángel que había bajado del cielo para rescatarme, llevándome a su paraíso. Pero me equivoqué y caí en el más ardiente de los infiernos... 

F.I.L.O.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora