Mi Dios y mi verdugo.

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Nuevamente despertar y darme cuenta de que el final con Eduardo no había sido un mal sueño, la pesadilla se había convertido en realidad y él ya no estaba conmigo.

Una y otra vez me perseguían sus palabras. Ese cruel «Todo se termina acá» saliendo de su boca adorada, que se me clavó en el alma más profundo que cualquier estúpido corte que me hubiera hecho. Y si las lágrimas eran la sangre que derramaba mi corazón, entonces me iba a dar un paro cardíaco, porque no dejaba de llorar por él.

En mi casa notaban que me levantaba con los ojos hinchados, pero yo les hacía creer que eran los efectos de la última pastilla que me hubiera recetado Eduardo antes de abandonar el tratamiento con él. No podía contarles la verdad. En primer lugar, porque no podía decirles que me había enamorado de un hombre mucho más grande que yo, e inclusive que mis papas, ya que conocía la respuesta: me dirían que no era amor, sino que había sustituido la figura de mi papá con la de él. Ya conocía esa historia, y no quería que siguieran repitiéndome algo que era absurdo. Yo AMABA a Eduardo, quería ser suya, que me hiciese sentir mujer, darle todo el amor que sabía (o al menos me había hecho creer) que necesitaba. ¿Me van a decir que también quería transarme a mi viejo y como no podía lo había reemplazado por mi psiquiatra? ¡POR FAVOR! Estoy enferma pero no tanto...

Y en segundo lugar, porque nuestro pacto de amor para toda la eternidad era un secreto que moriría conmigo. Nadie iba a saber la realidad de lo que hacíamos, o, mejor dicho, de lo que él hacía conmigo, ya que siempre fui un muñeco entre sus manos, como la masa que usaba en el jardín de infantes para modelar figuras.

Ni siquiera podía desnudar mi verdad con mi hermana en las noches en que jugábamos a las desveladas. No quería tener que mentirle, y sabía que tarde o temprano se me iba a escapar, así que me hacía rápido la dormida para que no me preguntara demasiado, o nos poníamos a jugar al Pack-Man en mi compu. Pero sentía que todo se me había ido de las manos. Me creía madura, pensaba que iba a poder manejar la situación de dejar la terapia con él para seducirlo y que siguiéramos viéndonos fuera de su consultorio como una pareja. Pero me salió todo mal, y él aprovechó para zafar de la gorda enferma. Necesitaba volver a hablar con él. Quería tener el valor de verlo una vez más, ¡pero NO PODÍA!

Si lo veía, me quebraba. Me mataban su indiferencia, sus no-ganas de saber de mí. Con un solo llamado, con una sola muestra de su cariño, podía salvarme, pero él optaba por ignorarme y dejarme morir. Extrañaba aquellos «te quiero», necesitaba volver a oírlos. Ya no sabía qué hacer para que me volviera a querer, aunque fuera la mitad de lo que yo lo quería.

¿A quién había amado? ¡Por Dios! A alguien que no tuvo corazón, que no me amó, sólo me usó. Estaba tan hecha pelota y tan enojada por no tener noticias suyas, que en una de mis tantas noches de estar al pedo, esclava del insomnio, me descargué la bronca creando un blog especialmente dedicado a él, donde revelaba todos nuestros secretos, los que habíamos vivido juntos y los de su vida privada. Sin importarme, lo mandé al frente con lo de sus amantes.

Debe de haberlo leído, porque a partir de ahí no sólo no me contestó más sino que, encima, me bloqueó del msn. Otra vez la gorda estúpida había metido la pata y alejaba a mi amor aún más.

Luego de varios días de intentar comunicarme con él, decidí mandarle un mail. Seguía sin contestarme los mensajes de texto. Me demostraba que podía vivir sin mí y eso me destruía, ya que todavía lo amaba. Sin medida, sin remedio ni cura.

Antes de conocerlo, es verdad, estaba muy enferma, pero cuando lo encontré me enfermé mucho más. Me enfermé de amor, de delirio, de devoción por él, aunque ya había perdido la fe.

From Giuliana To Eduardo

Sólo te mando este mail para que podamos hablar como dos personas MADURAS. Dejemos atrás las chiquilinadas y todo eso. Sé que me porté mal, pero estaba enojada y, sobre todas las cosas, DOLIDA. Me cayó como una patada al hígado que vos me dijeras que me querías dejar. Sin motivos. Sólo por capricho. También me dolió que no te importara lo que sentía en ese momento, yo no quería que me dejaras. Porque no sé vivir sin vos. Pero admito que estar cerca sin tenerte como quisiera me hacía mal. Entonces no sabía qué hacer. Si te dejaba, memoría. Y si no te dejaba, agonizaba del dolor por no poder verte como lo que y pretendía.

F.I.L.O.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora