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Las azafatas pasaban por el estrecho pasillo del avión mientras Miriam las miraba pasar en su ir y venir, colocando a la gente en sus respectivos asientos.

Miró su reloj y comprobó que ya se pasaban de unos minutos de la hora estipulada de despegue. Eso la exasperaba un poco y se revolvió nerviosa en su asiento.

-¿Todo bien, Miriam?

-¿Eh? -se giró hacia su compañero de viaje que la miraba divertido al ver su nerviosismo. -Sí, sí. Es solo que ya sale con retraso el avión.

-No te preocupes, no tardará en despegar. -le contestó Alberto, mientras volvía su mirada al periódico que tenía en mano.

-Ya. -Suspiró.

Al poco tiempo, el avión encendió sus motores y Miriam vió por la pequeña ventana que había al lado de Alberto como se movían por la pista.

Los nervios le disminuyeron cuando el avión despegó sus ruedas del suelo. El pequeño cosquilleo del estómago le hacía sentir en su propio cuerpo como estaban subiendo y atravesando las nubes.

Ya le quedaba menos. Le quedaba menos para llegar a la pequeña isla mallorquina, donde se encontraba el Internado Privado San Juan Bautista de la Salle y donde había cursado la ESO y primero de Bachillerato.

Le quedaba menos para volver a ver a sus amigos, a los que llevaba todo el verano sin ver. No había visto a ninguno de ellos, ninguno excepto a Mireya, que la había tenido en su casa durante los tres meses.

Su amiga había vivido con ella el peor verano de su vida, y se había mantenido a su lado sin rechistar. Menos la última semana, donde Mireya tuvo que volver a su casa para preparar las maletas para su ingreso en el Internado.

Esa semana tuvo muchas discusiones con sus padres por un único motivo: ella no quería moverse de allí.

Flashback.

-Te he dicho que no y punto, Miriam, no sigas. - le contestó su madre pegando con golpe seco en el mármol.

-¡Mama! No me quiero ir. No así como están las cosas.

-Miriam, basta. -le cortó su padre- Vas a ir, quieras o no. En el internado podrás despejarte y hacer más cosas a parte de llorar.

-Pero...

-Tú aquí no vas a solucionar nada. -le interrumpió su padre, con un tono mucho más duro- Fin de la discusión. Ve a preparar tus maletas, ya.

Miriam miró dolorida a su padre. Le dolía que le hablara así, él siempre le había apoyado en sus decisiones y ahora que quería estar ahí con ellos, en las malas, no le dejaba quedarse.

Las lágrimas empezaron a adueñarse de sus ojos de la rabia que estaba sintiendo en ese momento. Ella sabía que lo hacían para alejarla de esa situación y así sufrir menos, pero es que no quería irse tan lejos, no quería separarse de su familia. Miriam quería estar en primera línea de guerra.

Pero también sabía que tenía la batalla perdida contra sus dos padres, así que, agarrando con fuerza sus lágrimas para impedir que salieran, asintió mirando al suelo intentando mantener a flote algo de orgullo, y salió de la cocina sin mirar atrás.

Sus padres se miraron apenados después de observar a su hija abandonar la cocina, se habían quedado con un mal sabor de boca. Muy pocas veces habían discutido con su hija Miriam de esa manera.

A las pocas horas, tanto la gallega como su acompañante ya se encontraban en el coche alquilado, yendo hacia su destino.

Alberto observaba a Miriam a través del retrovisor. Últimamente siempre la veía como la estaba viendo en ese momento: callada, seria y, sobre todo, desconectada. Le angustiaba ver así a la niña que vió crecer durante toda su carrera laboral con el señor Rodríguez.

Te quiero lejos, pero...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora