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-¿Estáis?

-Sí, un segundo. -contestó Mireya.

Miriam miró a sus dos amigas mientras se movían por el cuarto y sonrió. Las tres se estaban vistiendo igual, con sudadera negra, pantalones negros y zapatillas negras. Además, se habían hecho un moño y ocultaban su pelo debajo de la capucha de la sudadera.

En teoría, la ropa tenía que ayudar a pasar desapercibidas pero, en realidad, parecía que habían salido de una película de estas malas que echan los sábados por la tarde, y eso le pareció gracioso a la gallega.

-¿De qué te ríes tú ahora? -le preguntó Julia.

-Es que, míranos. Somos un cuadro. -le contestó, mientras le apretaba el moño a través de la tela de la sudadera.

-¡Deja mi moño, tia!

Mireya cerró el armario ya vestida y se dirigió hacia la puerta de la habitación.

-Va, concentraros.

-Chicas, de verdad. Que puedo ir yo sola. Que me moveré más rápido.

A Miriam le encantaba cuando sus amigas apostaban por ella al cien por cien, pero no podía evitar sentirse un poco mal por la situación.

Mireya, que estaba poniendo su móvil en silencio, chistó y la miró con el ceño fruncido.

-¿Quieres parar ya? Vamos contigo y punto.- zanjó la malagueña.

-¿Y que te diviertas tú sola? Más quisieras. -le empujó Julia suavemente con el hombro.

Miriam las miró durante unos segundos, los cuales fueron suficientes para ver que no podía hacer nada para que las chicas se quedaran en la habitación esperándola. Así que, sin más remedio, suspiró y cogió su móvil para ponerlo también en silencio.

-Bueno, -dijo mientras miraba la hora en la pantalla de su móvil- ya es hora. ¿Vamos?

Sus dos amigas asintieron y, en silencio, salieron de la habitación. Eran casi las doce de la noche del jueves y el internado estaba en completo silencio, así que debían ir con cuidado.

Miriam encabezaba el trío e iban pegadas a la pared. Tenían que dirigirse hacia la segunda planta, que era donde el chico de primero de bachillerato se iba a ver con Mimi.

Bajaron las escaleras despacio, pisando flojo cada escalón para hacer el mínimo ruido posible hasta que llegaron a la segunda planta.

La gallega les dio el stop con la mano y, lentamente asomó la cabeza por la esquina para ver si había alguien por ahí. Y, efectivamente, había un chico esperando en medio del pasillo mientras Mimi salía por una puerta que, suponiendo rápido, debía ser su habitación.

Genial, ahora solo debían fijarse hacia dónde se dirigirían y luego irían ellas detrás. Pero, entonces, Mimi y el chaval se giraron y empezaron a caminar por el pasillo, en la misma dirección donde se encontraban las chicas.

Miriam se giró rápidamente a sus amigas, y con cara de pánico, les indicó que marcharan para atrás.

-¡Que vienen! -susurró- ¡volved atrás!

Las tres amigas subieron las escaleras para esconderse y esperaron a que la granadina y su acompañante pasaran de largo. Las tres cabecitas de Mireya, Julia y Miriam asomaron a través de la barandilla de las escaleras para ver que no había moros en la costa y cuando comprobaron que tenían pista libre volvieron a bajar los escalones.

Pegada a la pared, Miriam miró de nuevo hacia el fondo del pasillo por donde se habían ido pero, para su sorpresa, solo podía ver al chico. Frunció el ceño extrañada. ¿Dónde se había metido Mimi?

Te quiero lejos, pero...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora