Ahora que TÚ me estás leyendo, y yo te estoy escribiendo, piensa. ¿Que casualidad que me estés leyendo y yo te esté escribiendo? ¿Qué probabilidad hay de que te escriba expresamente a ti y casualmente me leas TÚ? Bueno en realidad esta vez juego con trampas, porque yo que te escribo a ti, siempre me leerás tú. Mal ejemplo. Pero prosigamos con el tema. El destino. Es fascinante, el destino que significa por una parte la meta a conseguir, el fin del trayecto, el final. Pero que a su vez es algo más grande aún, es lo que provoca tantas y tantas casualidades que se nos dan día tras día, y que gracias a ella conseguimos llegar a nuestro destino, gracias a esas casualidades estamos donde estamos y somos quienes somos. Es algo asombroso, como el destino qué significa el final del camino, también a su vez significa todas esas pequeñas casualidades que forman el camino. Es decir, que el destino lo es todo.
Llegados a este punto supongo que os habréis dado cuenta de que yo creo en el destino. Y tengo mis razones por supuesto. Desde siempre yo no creo en las casualidades, en las casualidades porque sí. Yo creo en las casualidades que estaban destinadas a ocurrir, gracias al propio destino que las puso ahí para hacer que en el momento exacto que se te caen los libros en el pasillo de la biblioteca el chico (que tú aún nos conoces pero que se convertirá en el amor de tu vida) que pasaba por ahí y que va en su mundo escuchando Imagine Dragons con sus auriculares le da por pararse a echarte una mano, y que justo de la "casualidad" de que los apuntes que se te han caído sean de Ingeniería Mecánica que es ¡qué casualidad! Lo que estudia el chico. Y que gracias a esa pequeña casualidad del gran destino, conozcas al chico que será el futuro padre de tus hijos y tú compañero de vida durante lo que te queda de ella. Benditas casualidades del destino. En esas sí que creo.
Una vez os he explicado mi humilde punto de vista del destino, el destino como único y todopoderoso DIOS de las casualidades, de poner a dos personas en el lugar y momentos adecuados y contratar a Cupido para lanzar una flecha mientras Rocio se monta en el bus en el que va Aitor y que será el bus en el que encuentren el amor.
Una vez sabéis de lo que es capaz el destino, vamos a hablar de su pareja, de la que casi siempre va de la manita y que muchas veces vemos juntos. El destino y el amor. El destino es al amor como una colocadora de volley a una rematadora. A la colocadora le llega el balón en cualquier condición, buena, mala o medio imposible. Pero no te preocupes que ella siempre sabe como arreglárselas para ponerte sea como sea ese balón en una posición perfecta para rematar. Entonces entra en acción la rematadora, cuya función es más simple aunque tampoco le vamos a quitar mérito. La rematadora llega a ese balón perfecto, que cae lentamente del cielo enfrente de su mano armada que golpea sin piedad y anota el tanto de la victoria. Bueno pues ahora os lo voy a explicar con el destino y el amor. El destino es la colocadora. Obviamente el amor es la rematadora. El destino se ocupa de mil y una maneras de conseguir, dando igual en qué condiciones le venga el balón, (el balón son los futuros enamorados, para que el que no pille mis metáforas) que este le llegue en la mejor posición al amor, para que el amor solo tenga que lanzar una flechita como quien marca un gol a portería vacía. El destino te coloca a Aitor en ese autobús, en ese que nunca coge pero que hoy por "casualidad" ha tenido que coger porque se ha quedado dormido y ha perdido el anterior. Y coloca también a Rocío que siempre se sienta en el primer asiento a la derecha del conductor pero que hoy está ocupado por una señora mayor, lo que le hace tener que sentarse al lado de Aitor. El destino te hace todo ese trabajo sucio, que se despierte tarde Aitor, que pierda el bus, que esa señora mayor elija ese sitio, etc. para que el amor llegue y simplemente haga que en una curva que el autobús toma un poco rápido Rocío se deslice hacia Aitor y este sonría al verla desequilibrada y precipitándose sobre él, a lo cual Rocío responderá con mil "Lo siento" y pf, ya está, el amor lo ha vuelto a hacer, se ha llevado todo el mérito simplemente con poner el nombre en un trabajo en el que solo ha puesto el título.
Os estaréis preguntando ¿no crees en el amor? ¿Te parece algo absurdo, que no es tan bonito como se pinta, que no merece tanto prestigio? Por supuesto, por supuesto que no. El amor es el sentimiento más bonito, complicado y la vez satisfactorio que pueda existir. Cuando lo encuentras, asegúrate de no perderlo nunca, y si lo pierdes, cuestiónate si de verdad era amor. Lo que quiero decir, es que no debemos menospreciar el destino, todo ese camino de pequeñas casualidades, de inocentes circunstancias, de momentos y lugares adecuados. Que aprendamos a valorar el camino tanto como valoramos la meta, que lo que en realidad te enseña es el camino, todo lo que has hecho por llegar a la meta. Y que no pongamos metas, si no que pongamos nuevas salidas, que nos habrán nuevos caminos y que nunca acabe, que siempre nos enseñen cosas nuevas y que nos hagan crecer. Que el amor no es la meta, la meta tiene que ser morir enamorado, del amor de tu vida, de ti mismo, de tu vida, llegar a la muerte, mirar atrás y ver que el destino, que TU DESTINO que tú mismo te has forjado, te ha creado un camino que recuerdes con felicidad y del que te arrepientas más de lo que hiciste que de lo que nunca llegaste a hacer.
Y finalmente, el camino del destino, mejor de la mano del amor, no vale de nada un balón bien colocado si no hay nadie quien lo remate. El camino tiene que ser apasionante, que den ganas de vivirlo, que te apasione lo que hagas, que lo hagas enamorado. Ya sea de tu novia, de tu trabajo, de tu madre o de tu padre, del fútbol, del baloncesto, del hockey o del polo, del mar o la montaña, de un chico, de una chica o de ambos, pero vivirlo enamorado. Vivir la vida en un estado de limerencia, porque al fin y al cabo os daréis cuenta, de que estabais destinados.