Desde el Distrito 2: Cato y Clove

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Mi nombre, aquel diminuto papel sostenido por el extravagante personaje del capitolio, llevaba mi nombre.

  Empecé a sentir los ojos de mis compañeros posarse sobre mí a medida que avanzaba firmemente hacia el escenario de piedra.  Una vez arriba, después de unos aplausos, llegó el turno de elegir al que iba a ser mi acompañante en los juegos.

  -Robert Wiggins. –Pronunció el que sería nuestro escolta durante el viaje, mientras se recolocaba un mechón verde que se le escapaba del flequillo. El chico subió y, como de costumbre, era la hora de pedir voluntarios.

  En la zona masculina, un brazo en alto se dejó ver entre la multitud. Incluso sin haber mirado a quién pertenecía, ya lo sabía. Lo sabía. Nuestra promesa.

  Cato, por supuesto que era él. Subió enérgicamente al escenario, como si hubiese estado esperando este momento toda su vida, mientras todo el distrito le aplaudía.

  Si alguna chica pretendía presentarse voluntaria, se había arrepentido. Porque, ¿quién estaría tan loco como para ir a los juegos con el cruel y sangriento Cato, el cual siempre hablaba de ganar y honrar a su distrito por encima de todo? Está claro, solo yo.

  Nos estrechamos la mano para, momentos después, seguir a nuestro escolta hacia las habitaciones donde podríamos despedirnos de nuestros familiares. Una vez dentro, no pasó más de un minuto antes de que la puerta se abriese para entrar mis padres.

   Mi padre me abrazó con fuerza mientras me decía lo orgulloso que estaba de que su hija pudiese luchar por su distrito. Le abracé, pero no dije una palabra. Ni sonreí, ni me lamenté.

   Mi madre, en cambio, parecía intentar contener las lágrimas. Quizás ella no estaba tan de acuerdo con la opinión de mi padre, no, ella nunca me animó para que fuese a los juegos, y nunca hablaba de ellos, al menos, en mi presencia. La abracé y noté cómo se venía abajo.

-Clove, por favor, haz lo que tengas que hacer, pero vuelve. Te quiero, papá te quiere, y necesitamos que vuelvas. Puedes hacerlo, sólo es un programa de televisión, eres lista, sé que serás capaz de salir de allí –me dice en voz baja.

   Me ardían las mejillas, y con el nudo que me crecía en la garganta era incapaz de contener las lágrimas. Quería decirles que iba a volver, que confiasen en mí. Pero no podía. ¿Acaso confiaba yo en que podía conseguirlo? Una parte de mí me decía que sí, sé que soy buena, bastante buena, tengo posibilidades. Pero otra parte se pregunta cómo reaccionaré a la hora de la verdad. Parpadeé varias veces para despejar las lágrimas que amenazaban con desbordarse antes de separarme de mi madre y sonreír. Supongo que eso lo heredé de ella, ser fuerte delante de la gente que te quiere. También es parte del modelo de persona que quieren en el distrito. Una persona vacía de sentimientos, capaz de ir a la arena sin mostrar un ápice de ellos.

-¡Claro que volveré! Llevo toda mi vida entrenándome para este momento. En unas semanas estaré de vuelta.

  Cuando quise darme cuenta, un agente de la paz esperaba en la puerta a que mis padres saliesen, les abracé por última vez y salí por la puerta situada detrás de mí, la que llevaba al andén donde nos esperaba el tren que nos llevaría al Capitolio.

  Al entrar en el tren, Cato ya estaba allí, sonriendo mientras miraba por una de las ventanas, me acerqué a una de ellas para ver a buena parte del distrito saludándonos. Rápidamente vi a mis padres y, justo a su lado, mis compañeros de la escuela de entrenamiento, gritando mi nombre mientras se hacían paso entre la multitud.  Habíamos hablado de esto mucho tiempo, de cuando uno de nosotros fuese a los juegos, pero nos parecía algo muy lejano. Al final no lo ha sido tanto como esperábamos. El tren empezó a moverse. Me despedí mentalmente del lugar, de las personas, y me recosté sobre el sillón más cercano que encontré.

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