Cap. 2: El tren

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  Por primera vez observé la habitación en la que me encontraba. Muebles de caoba, cortinas de colores chillones y, cómo no, los extravagantes pasteles y bebidas típicos del capitolio.

  Mientras seguía entretenida mirando el vagón, sentí cómo Cato se sentaba en el sillón a mi lado.

-Bueno, Clove, por fin estamos aquí, después de tantos años esperando –me dice sonriendo ampliamente.

-Sí, aunque ha sido más pronto de lo que planeamos. –me recoloqué el pelo detrás de las orejas y crucé los brazos apoyando mi espalda en el sillón.

-¿Qué importa eso? Estoy aquí. Y los dos estamos más que preparados.

   Toda debilidad que pude haber sentido antes de abandonar el distrito, se había esfumado con sus palabras.

  Le miré, para ver en él el reflejo de un chico de diez años, sentado con su espalda pegada a la mía, mientras yo lloraba, diciéndome ese ''estoy aquí'' que sigue haciendo el mismo efecto ahora, seis años después de aquel día en que él vino a defenderme de un grupo de chicos a los que no les sentaba bien que fuese la mejor de todos los de mi edad.

  Mientras la imagen pasaba fugazmente por mi memoria, la puerta del vagón se abrió y vi entrar a nuestra mentora. La había visto hace unos años en los juegos y después, en su gira de la victoria. Se había afilado los dientes tras ganar mordiéndole en el cuello a su rival. Verlos en vídeos daba menos impresión que cuando te encontrabas cara a cara con ella.

   Se sentó enfrente de nosotros y nos evaluó con la mirada un momento. Me fijé que se había sentado en el borde del sillón, tensa, y la mirada nerviosa, como si estuviese esperando cualquier movimiento extraño para atacar. Supongo que no se puede salir de los juegos sin llevarte algo de ellos.

-Vaya, hacía mucho tiempo que no tenía tributos tan jóvenes –dijo mirándome. Claro que somos jóvenes. Esto no tenía que haber ocurrido. Si íbamos a venir, tenía que ser dentro de dos años.  –dieciséis y quince, ¿verdad? –Cato y yo asentimos. Nos hizo preguntas sobre nuestras habilidades y nuestro entrenamiento. Después, nos ofreció sentarnos con ella a ver repeticiones de las cosechas de este año y antiguos juegos para darnos consejos.

  Mientras seguíamos viendo los vídeos, nos avisaron de que en breve llegaríamos al Capitolio. Éramos de los distritos que se encontraban más cerca, por lo que llegamos al anochecer, mientras que los últimos distritos llegarían a la mañana siguiente.

  Enobaria nos habló entonces de la que sería nuestra estrategia desde el momento de poner un pie en el Capitolio: Cato se mostraría muy confiado y servicial con sus ''seguidores'' del Capitolio. Yo, en cambio, tenía que mostrarme fría, despiadada e inteligente, lo que no me resultaría muy difícil. Pero, lo más importante, teníamos que intimidar, sobre todo yo.

  Entramos en un túnel y, segundos después, sólo se veían por la ventana cientos de residentes del Capitolio, vitoreándonos.

  Salimos del tren para dirigirnos a los ascensores que nos llevarían a nuestros apartamentos. Mientras Cato saludaba alegremente a la gente, yo solo miraba hacia adelante, como me dijo nuestra mentora: ''indiferente pero confiada''. Mientras pasábamos entre la multitud, entendí por qué Enobaria me dijo que yo debía intimidar. Siempre había sido de baja estatura y le llegaba a Cato por debajo del hombro. Se veía a kilómetros que él era muy fuerte, yo no lo parecía en absoluto, así que mi objetivo durante estos días antes de entrar a la arena era conseguir que me temiesen.

   Al llegar, después de una cena con los platos estrafalarios típicos de aquel lugar, nos dieron permiso para ir a descansar.

  Una vez en la habitación, después de asearme, me acosté rápidamente. Quería dormirme, dormirme para no pensar en todo lo que me preocupaba y sentía en ese momento, recordándome a mí misma que todos esperaban de mí ser una persona fuerte, pero era incapaz.

   Me levanté y me forcé a entretenerme con algo, así que empecé a juguetear con todos los  aparatos tecnológicos que había en mi habitación. Encontré un pequeño mando en la mesilla, al lado de la cama. Al deslizar el dedo por él, el ventanal con vistas al Capitolio que sustituía a una de las paredes de mi habitación, me mostró la imagen de una playa, reconocí que se trataba del Distrito 4. Seguí deslizando del dedo por el mando, viendo imágenes de otros Distritos, hasta llegar al dos. Me quedé inmóvil. Pensé en mi casa, en mi familia, mis amigos... Todos parecían tan seguros de que me verían volver... ¿Por qué yo no podía confiar tanto en mí misma? ¿Qué pasaría si no puedo regresar? He venido con Cato, sólo puede quedar uno, ¿qué vamos a hacer? ¿Y qué pasará si...?

  Un sonido hizo que se disipasen todos esos pensamientos que supuestamente estaba tratando de evitar. Alguien llamaba a mi puerta. Abrí y allí estaba Cato, despeinado y con una sudadera por encima del pijama. Él tampoco podía dormir. Entró en la habitación y se sentó en el borde de mi cama, yo fui tras él y crucé las piernas sobre esta, mirándole.  Muchas veces desde que lo conozco habíamos pasado largas horas así, hablando, solo que ahora ninguno de los dos decía nada.

-Oye, ¿estás bien?  –preguntó al cabo de un rato, mirándome preocupado.

-Claro, ¿por qué no iba a estarlo?  –Cómo me conocía...

-Mira, Clove  -se echó hacia atrás apoyando sus manos en la cama –Aquí no hay cámaras, no tienes por qué seguir haciéndote la guerrera delante de mí.

  Yo era fuerte. Él lo sabía. Pero también sabía cuando necesitaba que me dejasen ser débil por un rato. Apoyé la frente sobre su hombro e inevitablemente empecé a llorar mientras apretaba con fuerza la manga de su sudadera.  Los dos sabíamos que sólo uno podría salir de aquí, que venir juntos no era buena idea para uno mismo, pero sí para el otro. Aún así,  nuestra promesa...

  Sé que él también pensaba en eso, pero no dijo nada. Se limitó a mirar al techo mientras me dejaba desahogarme. Cuando me tranquilicé, me dio un beso en la mejilla, se levantó y salió de la habitación.

Desde el Distrito 2: Cato y CloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora