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— No —comentó la omega en un bajo murmullo con su voz quebrada por el miedo— No, por favor

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— No —comentó la omega en un bajo murmullo con su voz quebrada por el miedo— No, por favor.

¿Finalmente su padre se había desecho del problema que durante tantos años estuvo atormentando a su familia? ¿Había cumplido la promesa que le hizo a su hermana gemela mientras la golpeaba brutalmente por haber escapado al bosque? ¿Alana estaba muerta?

— Debo admitir que cada vez lo hacéis mucho mejor —comentó el alfa, frunciendo sus labios en una mueca de agrado— Y esa actuación tuya en la que me decías que por fin habías comprendido la importancia de mantener a tu hermana alejada del mundo fue simplemente... —hizo una pequeña pausa, tratando de encontrar la palabra perfecta— Magnífica.

Eva comenzó a negar, rompiendo en un desgarrador llanto mientras se deslizaba lentamente hasta quedar con sus rodillas apoyadas sobre el suelo, implorándole a su Diosa que todo se tratase de una pesadilla.

— ¿Por qué lloras? —inquirió su padre con preocupación, acercándose lentamente a su hija— ¿Temes lo que pueda hacerte? —prosiguió en un bajo murmullo, posicionándose frente a ella— Incorpórate, por favor.

La omega tragó saliva de forma audible, continuando con sus ruegos sin prestarle demasiada atención a las palabras de su padre. Deseaba que todo acabara cuanto antes; no quería seguir sufriendo el temor que le producía convivir con su abusivo progenitor.

— ¡Incorpórate! —gritó el alfa, tomando su cabello en un perfecto puño y tirando de éste hasta que la tuvo de pie frente a él— Nunca te he pegado... —comenzó a decir a regañadientes, deslizando su mano ensangrentada por la mejilla de la omega, manchándola de sangre, la cual parecía encontrarse tan caliente que comenzaba a provocar ardor en su piel— Tu madre y yo siempre te hemos tratado como la bendición que fuiste en nuestras vidas —prosiguió en un bajo murmullo, más para sí mismo que para su hija— Siempre te he tratado como mi preciosa cachorra; como la preciosa cachorra de papá.

Eva se encogió sobre sí misma, temblando como nunca creyó que sería capaz de hacerlo. Siempre había creído que era una omega fuerte y valiente; una omega que podía con todo.

— Mírame, por favor —

Esa vez, Eva no dudó ni por un segundo en erguir la cabeza para conectar la mirada con la de su progenitor, asustada de lo que podría sucederle si no obedecía su orden.

— ¿Qué he hecho mal para merecer lo que he recibido de tu parte, omega? —inquirió con suavidad, más su mirada solo podía transmitirle reproches, dureza y, sobre todo, un final— No puedo matar a Alana porque eso sería mi propia ruina —prosiguió en un bajo murmullo— Pero no puedo decir lo mismo de ti.

Sin que pudiera verlo venir, el alfa rodeó el cuello de la omega con el cinturón y comenzó a ejercer toda la fuerza que poseía para asfixiarla, suplicándole un perdón que no sentía por lo que estaba haciendo.

Foyer #2 © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora