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Si más fuerza y empeño ponía Alana para soltarse del agarre de su padre mientras lloraba de forma desesperada e imploraba piedad, más fuerza ponía el hombre para arrastrarla a su habitación

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Si más fuerza y empeño ponía Alana para soltarse del agarre de su padre mientras lloraba de forma desesperada e imploraba piedad, más fuerza ponía el hombre para arrastrarla a su habitación. Nada pudo hacer para evitar ser encerradaentre aquellas paredes a cal y canto con el alfa, mucho menos evitar ser desprendida de sus pantalones y camiseta, así como ser colocada sobre las rodillas de su padre como si de una muñeca frágil y manipulable se tratara.

— Espero que aprendas la lección que estoy a punto de enseñarte, Alana —comentó el alfa con furia— Porque la próxima vez que decidas escaparte de casa te mataré con mis propias manos.

Ciertamente, el alfa jamás se atrevería a quitarle la vida a su hija por una muy buena razón de peso; aquella tierna cachorra era quién lo mantenía con vida. Si ella moría, él sería arrastrado con ella, quisiera o no admitirlo.

Pero Alana no tenía por qué saber ese pequeño dato, ¿verdad?

— ¡Padre, no! —chilló ella, envuelta en un desgarrador llanto— ¡Se lo suplico!

Ya era demasiado tarde como para implorar perdón alguno, pues su padre comenzó a golpearla con el cuero de su cinturón sin miramiento alguno por cada rincón de la desnuda piel de su hija. Eva, por su parte, se hizo un pequeño ovillo sobre su cama mientras tapaba sus oídos en un miserable intento de dejar de escuchar los gritos desgarradores de su gemela, ahogada en lágrimas.

Treinta y cinco golpes fueron asestados con cruel rudeza sobre la espalda y glúteos de Alana, principalmente. Alguno de ellos fueron a parar a las piernas de la chica, más casi todos fueron asestados en las mismas zonas para causar heridas que comenzaron a sangrar tras el quinto golpe, pues la piel de la omega era una de las más delicadas que jamás tendría la dicha de conocer.

Si por el alfa hubiera sido, Alana habría recibido cuarenta o cincuenta golpes, no solo treinta y cinco, pero la chica perdió la conciencia en ese número y pensó que seguir golpeándola si ella no era consciente de su sufrimiento sería malgastar el tiempo. Así que, sin remordimiento alguno, dejó a la omega inconsciente sobre la cama y salió de la habitación, dispuesto a averiguar qué había estado haciendo la omega durante sus dos salidas y hasta qué punto los había delatado.

— Como me entere de que alguna de las dos ha curado las heridas de Alana, será la siguiente —anunció el alfa antes de salir de su hogar— Házselo saber a Eva.

Su esposa asintió, saliendo a correr escalera arriba para alertar a su hija.

Sabía que la chica no demoraría en tratar de ayudar a su hermana de la forma en mejor que pudiera hacerlo y, efectivamente, se encontró a Eva con un puñado de gasas y líquidos desinfectantes tratando de entrar en la habitación de Alana.

— Tu padre no quiere que la curemos —comentó su madre con premura— Nos golpeará si lo hacemos.

La omega lloró un poco más, presa de la rabia y de la impotencia.

Foyer #2 © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora