16

770 130 42
                                    

Eva tropezó con varias piedras y ramas que se encontraban bien ocultas en la oscuridad de la noche, más logró mantenerse lo suficientemente estable como para no caer

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Eva tropezó con varias piedras y ramas que se encontraban bien ocultas en la oscuridad de la noche, más logró mantenerse lo suficientemente estable como para no caer. Siguió corriendo con todas sus fuerzas, tratando de recorrer el camino que hacía minutos atrás transitó cuando pensaba de una forma totalmente ilusa que su hermana Alana la estaba siguiendo.

Sabía que debía darse prisa, pues el aullido que se hizo notar hasta en el rincón más recóndito del bosque le hizo saber que su padre ya se encontraba consciente, más que dispuesto a darle caza para terminar lo que comenzó con su cinturón favorito alrededor de su cuello.

— Mierda —blasfemó a regañadientes, derrapando y cayendo al suelo cuando detuvo bruscamente la carrera, pues se había encontrado de frente con el lobo que pertenecía a un alfa que conocía a la perfección— No, no, no.

Se levantó con premura, iniciando otra carrera hacia el que desde un principio fue su destino en mente; el manantial que se encontraba muy cerca de ella. Quizás, si perdía sus últimas bocanadas de aliento y la poca fuerza que le quedaba, podía llegar con vida al territorio en el que su padre no podría adentrarse si no quería iniciar una guerra de la que no saldría bien parado. Ciertamente, ella tampoco debía entrar si tenía en cuenta el largo historial de maltrato que le proporcionó a la alfa líder de esa manada. Pero, a diferencia del alfa, ésta tenía un As bajo la manga.

— ¡Sí! —chilló de pura felicidad nada más logró poner un pie en el terreno que, se suponía, sería su salvación— ¿Ahora qué, maldito? —inquirió con un deje de superioridad, tomando una de las piedras con mayor tamaño que pudo encontrar en ese momento— ¡Muérete, pedazo de cabrón!

Una vez dicho eso, le lanzó la piedra que, aunque pudo esquivarla a tiempo, se sintió liberada.

Un sentimiento que no pudo experimentar por mucho más tiempo por el hecho de que un lobo, uno que pareció salir de la nada, se abalanzó sobre ella, derribándola al instante.

— ¡No! —gritó al sentir que un feroz mordisco era depositado sobre su hombro, desgarrando cuanto músculo fue posible— ¡Detente, por favor!

Sabía que su padre se encontraba todavía presente, oculto entre los árboles, por lo que gritar la verdad que ocultaba a los cuatro vientos no era la mejor opción. Sin embargo, si no hacía algo al respecto, moriría y ello implicaría dejar a su tierna hermana en el más grande desamparo, lo cual no estaba dispuesta a permitir que sucediera.

Gritó mucho más fuerte al sentir que un segundo mordisco era depositado en el mismo lugar en el que fue depositado el primero, provocando que la herida fuera mucho más profunda y, además, dolorosa.

— Somos gemelas —comentó en un bajo murmullo, sintiendo cómo las últimas fuerzas para mantenerse con vida se desvanecían a pasos agigantados por la pérdida de adrenalina— Mi padre ha estado a punto de matarme y... —su lengua se trabó— Y... —sus ojos se fueron cerrando lentamente— Lo siento muchísimo, Alana.

Fidel detuvo su ataque hacia la chica que, se suponía, debía ser una de las mejores brujas con dotes para hacerse pasar por otras personas si se trataba de físico, más dejaba mucho que desear en cuanto a imitación del comportamiento se refiere.

Lo primero que llamó la atención del chico fue el voluminoso moratón que rodeaba su cuello, fruto del cinturón que su padre mantuvo en su cuello tiempo atrás en un intento fallido de asfixiarla. Pero, después de eso, lo segundo que logró llamar su atención fue el hecho de que aquella delicada omega perdida en la más oscura inconsciencia no se veía como una bruja con planes malvados y, por tanto, que no representaba una amenaza para ellos.

Lanzó un tercer bocado hacia el suelo, el cual impactó a unos pocos centímetros de la cabeza de la chica, simulando que había rematado su trabajo. Además, el hecho de que la chica estuviera desmayada le dio un toque mucho más realista para el espectador que, sabía, se mantenía oculto tras el tronco de un árbol.

«Si intenta entrar a nuestro territorio, matadlo»
Ordenó Fidel a sus chicos a través de la conexión mental que mantenían por ser parte de la manada.

Sin nada más que decir por su parte, apresó la prenda de la chica entre sus dientes y comenzó a arrastrar su cuerpo hasta un lugar donde el alfa que pertenecía a una de las manadas que más odiaba con todo su ser no pudiera darse cuenta de la verdad; que no pudiera darse cuenta de que, lejos de matar a la chica, acabó salvándola.

— Eh, ¿puedes escucharme? —inquirió Fidel, proporcionando suaves golpecitos en la mejilla de Eva— Niña, despierta —comentó entre pequeños gruñidos— No quiero cargar tu muerte en mi conciencia.

No obstante, no obtuvo respuesta alguna.

Emitiendo otro gruñido de pura frustración la cargó en sus brazos, como si de una delicada y frágil princesa se tratase, emprendiendo su camino de vuelta a casa. Allí avisaría al doctor y ese pequeño dolor de cabeza pasaría a ser problema de Chiara, no de él.

«Si tan solo supiera...»

Sucedió en el mismo momento en el que estaba intentando adentrarse en la casa principal de la manada con una omega inconsciente entre sus brazos que se percató de un hecho que parecía ser una cruel burla del destino, pues pudo observar cómo Chiara también estaba cargando a una omega idéntica a la suya entre sus brazos.

Chiara lo miró, incrédula.
Fidel la miró, incrédulo.
Ambos miraron a la omega que cargaba su contrario, incrédulos.

— No preguntes —comentaron al unísono, en referencia a las heridas que presentaban Eva y Alana— No, si no iba a preguntar —volvieron a decir de una forma totalmente sincronizada— Joder, deja de imitarme —una vez más, lo hicieron.

Chiara emitió un pequeño resoplido, adentrándose a su hogar, no dispuesta a perder más su tiempo de una forma tan estúpida, mucho menos sabía que los doctores de su manada ya estaban avisados y, por tanto, que pronto estarían allí para atender a Alana.

— Son gemelas —comentó Fidel como si nada, siguiendo a la alfa— Creo que a mí me ha tocado la peleona —prosiguió con un deje de burla para aliviar la tensión en el ambiente— La dejaré en una habitación de invitados, ¿vale? —Chiara asintió— Supongo que los has avisado a los dos, así que manda a Janet en cuanto estén aquí para que atienda a la chica —Chiara volvió a asentir a regañadientes— No creo que pueda contenerse las ganas de darle una golpiza a Ezra cuando despierte y vea que un alfa la está curando.

— Me hago una ligera idea del por qué —espetó la alfa con rudeza— Pero no te preocupes, que esto no va a quedar así —prometió— Ahora ve a llevarla a la habitación de invitados —demandó con suavidad— Mandaré a Janet allí en cuanto pongan un solo pie en la casa.

Fidel asintió, desviándose del camino que Chiara estaba recorriendo para llegar a su habitación. No sabía en qué estaba pensando en ese momento para querer llevarla allí o, quizás, no estaba pensando en lo absoluto cuando lo hizo, pero ni a ella, ni a su loba le importó en lo absoluto.

Nada más ser depositada sobre la cama, Alana comenzó a emitir pequeños quejidos mientras se removía suavemente por la superficie, realmente gustosa de las cálidas sensaciones que la estaban embargando.

— Shh... —chistó la alfa en un bajo murmullo— Estás a salvo ahora, omega —comentó, proporcionándole una suave caricia en su mejilla— Pero tú y yo hablaremos más tarde sobre esta facilidad con la que te metes en líos.

Inevitablemente, una pequeña sonrisa se instaló en los labios de Alana.
«Una muy tierna chica mala»

Foyer #2 © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora