Introducción

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Dicen que uno de los mejores momentos para planear la llegada de nuevos miembros a la familia surge cuando cuentas con la suficiente estabilidad, tanto económica como emocional

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Dicen que uno de los mejores momentos para planear la llegada de nuevos miembros a la familia surge cuando cuentas con la suficiente estabilidad, tanto económica como emocional.

Entonces, podría decirse que dicho momento había llegado para Luz y Enzo, quienes contaban con un lazo forjado desde hacía siete años atrás y, sobre todo, quienes lucharon con dientes y garras para tener un hogar al que poder mencionar como su propiedad.

Luz y Enzo se caracterizaban por ser una pareja sencilla y respetuosa con el resto de integrantes de la manada del alfa Esaú, así que eran muy aceptados dentro de la misma, sobre todo porque el alfa aceptó uno de los requisitos indispensables que necesitaban cumplir si querían vivir en la tierra donde fueron criados por sus padres; él poseía la marca característica del cazador desde que se presentó como un adulto ante los ojos de su manada y, con ello, tuvo que enfrentarse a una de las decisiones más importantes de su vida:

Unirse a los ideales defendidos por el alfa Esaú, convirtiéndose en un fiel creyente de que las relaciones entre lobos de la misma naturaleza eran un pecado contra la propia naturaleza, o abandonar la manada, si es que no lo acusaban de ser uno de ese tipo de calaña y, por tanto, tenían una excusa para acabar con su vida.

Él, por supuesto, eligió la primera opción. Lo hizo porque era un fiel creyente de que dos naturalezas no podían amarse, no porque las circunstancias que concernían a la manada le hubieran obligado a tomar tal decisión.

Un día, tras el regreso a casa después de una dura jornada de caza a las afueras de una ciudad bastante concurrida por aquellos lobos que no deseaban una vida rural, como sí era el caso de otros que vivían en asentamientos forjados en lo más profundo del bosque, su omega Luz le sorprendió con la noticia de que estaba embarazada, lo cual fue comprobado con la ausencia de su celo varios días más tarde gracias al curandero de la manada con un escueto chequeo médico, debido a que la manada no contaban con los recursos necesarios para atender una gestación y mucho menos un parto.

Ellos estaban muy ansiosos por formar una familia, así que recibieron la noticia como una de las mayores alegrías con las que su Diosa Luna pudo haberles bendecido.

Su manada, por supuesto, se unió a la dicha de los futuros padres y festejó con ellos una pequeña celebración en la que ya se rumoreaba que, si resultaba ser un varón, sería un cazador tan magnífico como lo era su padre.

Las mujeres no tenían la oportunidad de formar parte de la alianza ni aunque así lo desearan. Ellas sólo debían atender sus hogares y a sus cachorros, como una buena ama de casa, a no ser que resultaran ser de naturaleza alfa, en cuyo caso eran inmediatamente rechazadas y, por ello, obligadas a abandonar la manada nada más llegar a la adultez.

Exactamente así ocurría con los omegas varones, también.

Sí, la manada de Esaú mantenía unos valores demasiado ancestrales como para desear que la manada vecina, liderada por una mujer Alfa, fuera consumida por un fuego infernal, merecedores de un buen castigo por ser unos pecadores.

Sin embargo, la felicidad se desvaneció durante un momento por parte de Enzo al saber que sería padre de una omega. Más, poco después, la felicidad volvió a incrementarse cuando, tras el nacimiento de su primera hija a la que nombraron Eva, su mujer presentó síntomas que le hicieron saber que un segundo cachorro estaba por llegar al mundo. No obstante, lejos de ser un varón, una segunda diminuta omega llegó al mundo con un curioso lunar que asomaba tímidamente en su brazo derecho, justo donde Enzo, y el resto de cazadores, lucía orgullosamente su tatuaje.

Entonces, como si de una montaña rusa plagada de altibajos emocionales se tratase, Enzo volvió a quedar decepcionado, no sólo porque su omega había dado a luz a dos cachorras, sino porque también tuvo una leve sospecha de que una de ellas le traería grandes problemas a él y a su familia de cazadores.

Si algo caracterizaba al alfa era su desconfianza. Por ese mismo motivo, le pidió a su mujer que mantuviera la noticia de una segunda omega en secreto durante un breve periodo de tiempo, hasta que pudiera sentirse seguro de que una maldición en toda regla no había recaído sobre ellos.

La segunda cachorra fue nombrada Alana, debido a que su primer llanto fue tan tímido, que apenas logró escucharse, perfectamente camuflado entre el ruidoso llanto de su hermana Eva.

Honestamente, hubieron tantos acontecimientos incoherentes que rodearon a aquel parto, que no se sabría indicar con exactitud si la paradoja del destino radicaba en el hecho de que la protagonista de una profecía había recaído en las manos de un cazador, que hubiera sido bendecida con un nombre cuyo significado le iba como anillo al dedo, o el hecho de que, a pesar de contar con tan sólo unos minutos de nacidas, se pudiera saber que Eva sería alguien fundamental en la vida de Alana.

Sí. La profecía de la que todos creían una absurda leyenda resultó ser cierta.

Alana, una omega que destacaba por su carácter tranquilo y reservado, según el significado oculto tras su nombre, cuyo espíritu sosegado y sereno serían sus puntos fuertes, estaba a punto de traer caos al mundo.

Foyer #2 © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora