( 01: café amargo, detergente y fuego )

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La noche era tan fría y amarga como el café que reposaba en el portavaso de su coche, impregnando el aire de su característico aroma

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La noche era tan fría y amarga como el café que reposaba en el portavaso de su coche, impregnando el aire de su característico aroma. Su coche, un Nissan Versa 2017 de color negro, estaba estacionado delante de un viejo y aparentemente descuidado edificio que desprendía luces neón en las calles y edificios delante, bañando también su coche de un brillante rojo. Ese edificio era una lavandería que parecía sacada de la década de los 80, con sus luces neón, su piso monocromático, sus amplios ventanales y sus asientos de plástico más incomodos del mundo. Sin embargo, a él le encantaba y es por eso que no le molestaba viajar 30 minutos en auto para lavar su ropa en aquella lavandería que encontró por casualidad. A Oliver le encantaba encontrar cosas por casualidad.

En el asiento trasero llevaba un costal blanco a reventar de ropa sucia que pedía a gritos entrar a la lavadora con aquel detergente con olor a manzana canela que él siempre utilizaba. Así que espero a que la canción que sonaba por la radio, Fix you de Coldplay, terminara y el café amargo se deslizara por su garganta hasta la última gota. A veces esperaba escuchar esas viejas canciones volver a sonar por la radio y se odiaba un poco por estarlo esperando. Prefería escuchar a Coldplay. Y ojalá la radio no dejara de sonar.

Tomo su costal de ropa sucia y se bajó del auto, dando un portazo y cerrándolo después. Sintió como el aire frio golpeo su rostro y agito su cabello negro largo, pero también causo cosquillas en las zonas laterales de su cabeza, donde hace tanto se había rapado. Solo se refugió un poco ms en su chaqueta y entro al lugar. En su rostro no había enojo ni mucho menos, sin embargo, tampoco invitaba a los demás a entablar una conversación con él, cosa que disfrutaba y agradecía. Sin embargo, cuando la encargada le saludo con una sonrisa, él le regreso un escueto «buenas noches». Seguía teniendo modales, después de todo.

Lo primero que hizo fue tomar una de las canastas que estaban a un lado de la puerta para poder toda su ropa ahí. Dejo el costal, ahora sin ropa dentro, colgado sobre su hombro y ahora sí, camino hasta las lavadoras. Deposito un par de monedas y comenzó a aventar toda su ropa dentro, sin preocuparse mucho si eran de este color o de este otro. Su ropa era casi toda del mismo color. También saco la pequeña botella de detergente que quedaba en el costal y vertió un poco sobre la ropa. Entonces simplemente dejo que la lavadora hiciera su trabajo.

Se sentó en una de esas sillas de plástico tan incomodas y deformes como una sierra montañosa y cruzo los brazos sobre su pecho. Prefería esa silla a quedarse de pie a la espera de que la lavadora terminara. Pensó que podría dormir un poco, pero descarto la idea casi de inmediato cuando recordó el libro que cargaba en el bolsillo interno de la chaqueta, esperándolo. «Azul» de Rubén Darío. No era su libro favorito, para nada, pero al menos le mantenía entretenido y con los ojos abiertos. Y a veces, con el corazón retumbando.

«En las pálidas tardes

Yerran nubes tranquilas

En el azul; en las ardientes manos

Dirty Laundry 『original 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora