❝Él tiene sus secretos, sí, yo también
tengo los míos.
No me importa lo que hiciste
solo lo que hacemos...
la ropa sucia,
luce bien en ti.❞
(Dirty Laundry - All Time Low)
Los secretos son una de las tantas cosas que vuelven complejo al ser human...
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Desde que tengo memoria jamás tuve un hogar. Nunca tuve mi propia cama, ni mi propio armario, ni mi propio baño. Nunca tuve una casa. Solo recuerdo los moteles donde pasaba unas cuantas semanas antes de continuar en una vida de nómadas, donde yo solo era parte del equipaje de mis padres.
No... jamás tuve un hogar.
Mis padres se casaron jóvenes y en un impulso de romanticismo. Se escaparon de casa y se casaron en un juzgado pequeño, solo ellos dos y las maletas que habían logrado llevar consigo. Y unos meses después, nací yo. Quizás al principio tuvieron un pequeño departamento y lograron vivir de su romance un par de meses, pero no lo suficiente como para que yo lo recuerde. Y por supuesto... la asfixiante pasión también se terminó.
Mi padre comenzó a trabajar en un almacén y a veces pasaba días enteros sin venir a vernos, así que, la mayor parte del tiempo éramos mi madre y yo. Y la mitad de ese tiempo, en realidad, era solo yo. Puedo decir que mi madre era extraña y pasaba la mayor parte del día metida en su propio mundo, solo poniendo atención a la realidad de vez en cuando para asegurarse de que yo siguiera vivo. Era como si ella viviera aparte. Se sentaba en el borde de la cama y observaba por la ventana durante horas, hasta que yo me acercaba a ella y le balbuceaba que tenía hambre. Entonces se movía, me acariciaba las mejillas y me sonreía. En sus ojos siempre note... que algo estaba roto.
Esa era la mujer que me había dado la vida, vaya.
Por supuesto, mi padre pintaba en la imagen de vez en cuando, pero incluso si yo lo deseaba todas las noches, no lo hacía de una manera en la que yo fuera a recibirlo con los brazos abiertos en las puertas del motel para pedirle que me cargara.
—¡Te dije que me trajeras una cerveza! —gritaba él siempre que regresaba del trabajo, tomando a mi madre del pelo y arrastrándola hasta la mini nevera que había en la habitación. —¡¿Eres imbécil o eres sorda?! ¡De seguro ambas, idiota!
Sí, ese hombre era el típico cliché de padre ausente, abusador y alcohólico. El paquete completo, genial. Golpeaba a mi madre la mayoría de veces que llegaba al motel; le decía que era una inútil y buena para nada, que solo era un adorno y que se arrepentía de estar con ella. Todo un encanto —y por favor que se note el sarcasmo—. Cuando él estaba con nosotros, los cristales rotos de sus botellas estaban por todo el suelo, sus gritos se escuchaban con fuerza y la piel de mi madre se tintaba de morado. Mi padre era un monstruo, pero uno muy impredecible.
Recuerdo que cuando tenía 9 años, él llego del trabajo —sobrio: sorpresa— con una bolsa de regalo en las manos. Camino hasta mí, que me encontraba sentado en la cama comiendo un tazón de manzana picada, y se sentó a mi lado. Me sonrió y me acaricio el cabello, pero yo solo lo veía y, en el fondo, esperaba un golpe. Sin embargo, fue todo lo contrario, pues mi padre tomo la bolsa y le dejo frente a mí.
—Mira, Dante, te compre esto. —Dijo él, sonriendo levemente. Por primera vez, de verdad parecía un padre.
Al abrir la bolsa, me encontré con un mono de peluche, con lindos ojos de botón y suave al tacto. Yo quedé enamorado en cuanto lo sostuve entre mis manos. Era la primera cosa que era mía, de verdad mía. Lo llame Jack. Después de que me lo dio, me propuso ver una película; fue por palomitas y me sentó entre él y mi madre. Vimos Toy Story y por esa hora con 21 minutos... sentí que éramos una familia como las demás. Sentí que mis padres de verdad me querían.