( 05: observar pero no ser observado )

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Todo el mundo tiene ciertos placeres pequeños y cotidianos que muchas personas pueden llegar a encontrar extraños o incluso perturbadores, dependiendo de la frecuencia y la manera en la que los haces

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Todo el mundo tiene ciertos placeres pequeños y cotidianos que muchas personas pueden llegar a encontrar extraños o incluso perturbadores, dependiendo de la frecuencia y la manera en la que los haces. Si lo haces mucho, incluso limpiar los platos puede parecer la rutina más rara y sospechosa de todas; Oliver tenía todo eso muy presente, es por eso que mantenía sus pequeños y cotidianos placeres ocultos del ojo de terceros. Aunque, para ser justos, toda su vida estaba oculta del ojo de terceros. Ni siquiera tenía amigos con los que compartir un fin de semana con bebidas, comida chatarra, juegos de mesa y quizás un karaoke con malas interpretaciones pero mucho sentimiento. Eso era triste para muchos, para él... no tanto.

Pero, volviendo a los placeres pequeños y cotidianos de Oliver, había uno en particular que disfrutaba más que los demás; lo disfrutaba más que despertar con lluvia; lo disfrutaba más que caminar con calcetines por la sala; lo disfrutaba más que el anuncio de una nueva temporada de su serie favorita. Y, sin embargo, seguía siendo extraño y hasta gracioso para muchos: Oliver Morales disfrutaba de lavar la ropa, específicamente, de lavarla en la lavandería local, esa que quedaba a la otra punta de la ciudad y a la cual le tomaba más de 30 minutos llegar.

Oliver estaba loco por el aroma a detergente de manzana y canela pues le recordaba a los feos suéteres navideños. Y ese era otro tema, pues a pesar de ser un ermitaño, amaba la festividad más social y familiar de todas; la Navidad. Amaba las luces en los árboles y alumbrando las calles; amaba el chocolate caliente y las galletas; amaba las mismas películas navideñas que pasan por televisión; amaba observar a las personas emocionadas por las calles. Amaba muchas cosas y no sabía si eso era bueno o malo.

Cuando Oliver se sentaba en su sillón y se permita un momento de silencio y paz donde solo se dedicaba a navegar por su cabeza, podría darse cuenta de muchas cosas. Como que dentro de él existía más amor del que jamás iba a admitir, un amor que vivía para pudrirse. Algo se estaba pudriendo en su interior, lo sabía, pero no sentía la fuerza para hacer algo para evitarlo. O el valor, mejor dicho. Por eso no se preocupaba por eso y simplemente dejaba que así fuera, sin meterse en el asunto o intentar frenarlo.

Así pues, seguía su vida con normalidad. Era viernes por la noche y él tenía un costal de ropa sucia en la esquina de su habitación que gritaba por atención y vaya que sí, pues le quedaban pocas prendas limpias en el armario. Así que se abrigo, tomo su termo lleno de café amargo y salió de casa para montarse en su coche e ir a la lavandería. Algo que le gustaba de conducir por la noche es que, al menos en su ciudad, las calles eran menos transitadas porque las personas que hacen al mundo preferían cazar fiestas a pie.

Y él, cuyo trabajo era sostener al mundo, prefería ir a la lavandería.

Cuando se estaciono fuera del lugar y salió otra vez, sintió el frio azotando su rostro y sus manos, de igual forma, no pudo evitar toser, cubriéndose la boca con el lado interno del codo. Sentía que iba a escupir un pulmón ahí mismo. Cuando se calmó, tomo su costal de ropa y se adentró en la lavandería, saludando a la encargada en la entrada y después caminando hasta las lavadoras.

Dirty Laundry 『original 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora