❝Él tiene sus secretos, sí, yo también
tengo los míos.
No me importa lo que hiciste
solo lo que hacemos...
la ropa sucia,
luce bien en ti.❞
(Dirty Laundry - All Time Low)
Los secretos son una de las tantas cosas que vuelven complejo al ser human...
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Había pasado una semana desde que Oliver conoció a Dante. Una semana desde la última vez que lavo su ropa. Una semana; siete días. Así que ahí estaba otra vez, sentado dentro de su auto mientras una vieja canción de pop sonaba en la radio y él mantenía su termo con café caliente balanceándose en su rodilla; el clima era muy frío últimamente y no había podido dejar de toser y lastimar su garganta, así que iba bien abrigado, incluso llevando una bufanda —aunque las odiaba— y caramelos de limón y miel en el bolsillo. Le dio un largo trago a su café y espero a que la canción terminara antes de bajarse del auto, con su costal de ropa sucia en la espalda y las llaves en la otra. Cerro el auto y camino hasta la lavandería.
Al entrar al lugar se volvió a topar con la misma mujer de sonrisa jovial y ojos chispeantes del mostrador. Esta vez la saludo e intento sonreír, al menos un poco y al parecer lo logro, pues la mujer le devolvió el gesto. Se dio un punto extra mental por el esfuerzo. Sus botas rechinaban contra el pulcro piso de la lavandería y él se incomodó por romper el agradable silencio de esa manera, así que camino más lento y con pasos un poco más grandes. Silencio. Perfecto.
No sabe porque, pero paseo su mirada por todo el lugar. Y ahí, sentado en el fondo, encontró a Dante; tenia puesto un pantalón de mezclilla más grande de lo necesario y que estaba doblado por los tobillos, también una playera gris holgada y encima una chaqueta de mezclilla. Podía verse gracioso o "curiosito" a ojos de muchos, pero para él... Dante tenia estilo. Uno muy extraño, quizás, pero estilo, a fin de cuentas. El muchacho estaba jugando con su celular, muy inmerso en eso y no se dio cuenta de que había alguien más hasta que Oliver abrió una de las lavadoras. Solo entonces, Dante alzo la mirada y lo miro. Una sonrisa muy sutil estiro sus labios resecos por el frío.
—Hola, Oliver.
Y Oliver se sorprendió de que recordara su nombre.
—Hola... Dante.
El nombrado sonrió mas grande esta vez. Se puso de pie, guardo su celular en el bolsillo y entonces camino hacia Oliver, recargándose en la lavadora continua a la de él. Se cruzó de brazos y lo miro meter la ropa sucia dentro del aparato, poner detergente y dejarla trabajar. Que se le quedara viendo incomodo un poco a Oliver, pero solo un poco. Bueno, quizás más que un poco. Pero no se lo iba a decir.
—Entonces... ¿Cómo has estado? —pregunto Dante, tan casual como si le preguntara la hora por la calle. Oliver lo miro y por la expresión en su rostro supo que en verdad parecía importarle como estaba. Esa fue la segunda sorpresa de la noche.
—Bien... algo enfermo. Pero bien. —Dijo y entonces desvió la mirada un momento. —¿Y tú?
—Estoy bien.
Por algún motivo, Oliver no le creyó. Pero volvió a guardar silencio. Solo asintió.
Se irguió y quedo a la altura de Dante —aunque se dio cuenta de que, en realidad, era unos cuantos centímetros más alto que el chico de rizos y ojos azules—, se miraron y entonces el chico le hizo una seña con un movimiento de hombro. Oliver entendió casi de inmediato.