(11: un hijo, una persona, un ser humano)

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Recuerdo que cuando era niño solía despertar asustado, todas las mañanas

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Recuerdo que cuando era niño solía despertar asustado, todas las mañanas. Despertaba de golpe, con la respiración agitada y el corazón latiéndome en la garganta. Pero jamás recordaba por qué. Parecía que apenas y abría los ojos, todo se iba a la papelera de reciclaje en mi cabeza. Así que solo me tocaba vivir con eso.

Caminaba hasta el baño y me lavaba la cara con agua fría, me miraba en el espejo y me aseguraba de que mi rostro siguiera en su lugar. Entonces, el miedo desaparecía.

Cosas de niños, tal vez.

O eso pensaba yo, pues cuando se lo comente a mi familia, no parecieron muy preocupados al respecto. Mis padres solo me tomaron del rostro y me besaron las mejillas, diciéndome que solo eran malos sueños que pronto se irían. También tenía una hermana. Tania. Su cuarto estaba al lado del mío y ella siempre me acompañaba antes de ir a dormir, me hablaba acerca de plantas y animales —pues eso era lo que a ella más le gustaba en todo el mundo— y se aseguraba de que me cubriera para dormir. Ella siempre se preocupaba por mí y desde que le comenté de mis terrores nocturnos, se tomaba un tiempo para verme antes de dormir. La amaba.

—¿Estas cómodo? — preguntaba ella todas las noches, con la voz baja y una sonrisa en el rostro mientras acomodaba la cobija de mi cama. Tania tenía 15 años y yo 10. Se tomaba muy en serio su papel de hermana mayor.

—Lo estoy. Gracias, Tania.

Ella me sonreía como solo ella sabía hacerlo. Me apretó la nariz y se levantó de la cama, para salir de mi cuarto. Pero entonces se detuvo y se giró otra vez para verme. Supe que quería decirme algo.

—Oliver...

—¿Qué pasa?

Algo en su rostro me transmitía que tenía algo importante que decirme. Quizás su entrecejo arrugado, o sus labios apretados o que sus dedos se aferraban al marco de la puerta. Sin embargo, no me dijo nada.

—Olvídalo. Nada importante. Descansa.

Entonces Tania se fue a su habitación. Y yo aproveche para hacer lo que más amaba. Tomaba el Discman que escondía bajo mi almohada, me colocaba los audífonos y reproducía el disco que había conseguido con uno de mis compañeros de escuela, con ese que tiene todo un negocio escondido entre clases. Y entonces simplemente me dejaba arrastrar por el sonido.

Desde siempre, había sentido una conexión especial con la música.

Para muchos, la música era solo entretenimiento y nada más. Yo la sentía como un puente hacia lo más profundo de mi ser. Y estaba tan enamorado de esa sensación que escuchaba música siempre que podía; llegaron a regañarme varias veces por hacerlo en momentos no tan oportunos. Pero no me importaba mucho, porque sentía que solo yo comprendía esa conexión y sería difícil de explicar para los demás. Sí, sería difícil para los demás.

Cuando cumplí 12 años, les pedí a mis padres que me compraran una guitarra. Era mi cumpleaños y pensé que sería una buena oportunidad para hacer algo más con esa conexión que tenía con la música. Con el tiempo, me di cuenta de que no era suficiente solo escucharla a través de mis audífonos, yo quería sentirla en mis dedos, creando hermosas melodías y haciendo retumbar mi cerebro. Quería hacer mi propia música.

Dirty Laundry 『original 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora