4. ɢʀᴀɴ ᴀʀᴄʜɪᴠᴏ

2 0 0
                                    

Santiago no estaba acostumbrado al silencio y la calma, eso era obvio.

El pateó tan fuerte la puerta a su lado que definitivamente los Perpetradores tuvieron que oir eso.

—¿Eres idiota? —le gritó/susurró Elizabeth, arriesgándose a recibir una puñalada.

Santiago la miró furtivamente, enfadandose.

—¿Cómo me llamaste?

—Oh, lo siento —fingió arrepentirse, hosca—, ¿te estoy insultando?

En algún otro momento él la habría golpeado, pero al oír los ruidos en los pasillos ambos supieron que no era propicio.

—¿Quieres discutir sobre eso ahora?

—¿A qué hora quieres psicoanalizar tu estupidez?

Santiago la miró con fastidio, pero no le hizo nada por el momento.

Miró alrededor, pero no había más salidas. Los perpetradores se acercaban desde todas direcciones, los primeros en aparecer fueron los de la izquierda, y Elizabeth se pegó a una pared al verlos acercarse con armas

—Es culpa tuya —se quejó.

Santiago se adelantó por el pasillo, donde los perpetradores avanzaban alzando sus armas, a varios metros de ellos, e inspeccionó la puerta de madera cerrada con candado. Miró por un agujero hecho a su altura.

—Es una escalera en descenso, podría ser un camino hacia los códices.

—¿Estás seguro?

—No.

Entonces oyeron como las lanzas los apuntaban, y retrocedieron por el pasillo, siendo rodeados también por detrás.

Elizabeth sintió un escalofrío al oír aquellas voces toscas y susurrantes. Parecían no decir nada, pero en su cabeza algunas frases se aclaraban, Como imágenes difusas en la neblina.

Los Nephilim no son permitidos aquí.

...Órdenes de matarlos.

Santiago maldijo y golpeó la puerta con su hombro. La madera vibró y cayó arena del techo, pero nada más pasó.

Santiago retrocedió con ella, siendo acorralados del todo. Él miró con atención la primera fila, como procesando información.

—Quedate detrás de mí —sacó su navaja de hueso, alerta a cualquier movimiento.

Elizabeth notó sus intenciones y abrió mucho sus ojos, sorprendida.

—¿Estás loco?

—Un poco —y saltó hacia ellos.

Elizabeth tuvo que aceptar que los perpetradores no eran lentos. Ellos levantaron espadas y lanzas de hueso, se dispersaron como un ejército de momias, y si, eran aterradores. Pero Santiago era como la imagen que ella siempre tuvo de los héroes espadachines, sólo que con una navaja.

Él se movió entre ellos, se deslizó a sus espaldas, rodó bajo sus pies, todo eso mientras cortaba, apuñalaba, y hacia arcos con su navaja. No era tan rápido como Grey, pero sus golpes eran acertados con una fuerza abrumadora.

Ningún perpetrador leía sus movimientos, incluso ella tuvo que concentrarse para saber donde él acertaría el próximo golpe. En menos de tres minutos, la primera línea de los perpetradores estaba agonizando en el suelo, mientras que el resto salía huyendo por los túneles.

Santiago limpió la sangre de los perpetradores que manchó su bufanda, pero ésta ya estaba perdida, así que se la quitó y la tiró, luego sacudió la sangre de la navaja. Él ni siquiera se veía cansado, sólo fastidiado.

𝐿𝑎𝑑𝑟𝑜́𝑛 𝐷𝑒 𝐴𝑙𝑚𝑎𝑠 (𝐶𝑖𝑢𝑑𝑎𝑑 𝐷𝑒 𝐶𝑒𝑛𝑖𝑧𝑎𝑠) pgp2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora