Extracto VII: Sendero.

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El vacío nunca había pesado tanto. Se extendía por fuera pero por dentro solo se limitaba a concentrarse sobre un punto. Siempre en el centro. Y siempre se aseguraba de que supieras que iba a volver.
A veces había almendros, petirrojos y un sol cálido que te reconfortaba y te recordaba a hogar. Pero otras veces las flores se caían, los petirrojos volaban y el sol ya no era un sol, sino una luna fría que solo te proporcionaba noche y lugares desconocidos. Aunque algunos no eran tan desconocidos. Jurabas que habías estado allí porque esos senderos ya los conocías. Y conocías varios porque para llegar a ese lugar no siempre había que ir por el mismo camino. Todos los caminos llevaban a Roma, aunque otras veces pensabas que Roma siempre había estado presente y que no puede llegarse a algo que siempre está.
Para caminar por ese lugar siempre se solía tener un farol prendido. Aunque otras veces el farol era una cerilla, y otras, no había ni lo uno ni lo otro. Solo la percepción con la que, en mayor o menor medida, cuentan las personas. Al andar, podía ser que te tropezases con una piedra. También podían ser obstáculos más grandes, y generalmente sortearlos podía llevar días, semanas o meses. Había gente que se negaba a avanzar, bien porque no tenían algo que los alumbrase o bien porque su percepción no lo permitía. Quizás, simplemente, no tenían fuerzas para seguir caminando, y entonces la lumbre se consumía antes de permitirles llegar al final. Pero siempre había un final. Generalmente era una montaña escarpada y muy alta. Podrías decir que tocaba el cielo, si no fuera porque en ese lugar no se alcanzaba a ver.
Para subirla había que escalar. Era duro porque siempre te arañabas o te cortabas con los salientes de la roca, pero cuanto más subías, más posibilidades tenías de asegurarte de que realmente la cima tocaba el cielo. Y al final solo mirabas arriba y te olvidabas del vértigo, y poco a poco conseguías vislumbrar los primeros rayos de sol, los cuales te permitían ver que la montaña no solo tocaba el cielo, sino que lo acariciaba. Y al final llegabas arriba.
El sol volvía a sentirse como al principio, y con él traía de vuelta a los petirrojos y hacía florecer a los almendros. Sentías el olor a primavera y el canto de las aves. Y la última cosa que creías antes de cerrar los ojos era que el vacío por fin se había llenado.

Extractos de una historia incompleta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora