Extracto V: Llanto.

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La noche abrazaba la formación rocosa. El acantilado se envolvía en la lobreguez y lloraba con cada azote de las aguas, mientras que las nubes impedían que la luna presenciara el momento. Atth sentía el frescor. La humedad. Desde allí arriba se veía todo tan pequeño... Como un juego. Un titiritero manejando sus pequeñas marionetas detrás de un telón. Invisible. Las embarcaciones a sus pies se intuían solo como pedazos de madera. Tan frágiles.
-¿Llegarán?
-Sí- respondió. -La altura nos favorece.
El sonido del acero contra el acero reverberaba hasta allí arriba. Los gritos y los últimos alientos de los hombres recorrían cada hueco del escarpe. Y se perdían. Aunque cada vez que esto sucedía los nuevos ocupaban su lugar.
-Ahora- dijo Atth. Y dos de sus hombres comenzaron a hacer el fuego varios pasos atrás del borde donde ella se encontraba.
Esta retrocedió aún más y tomó el arco con una flecha. Y esperó.
-¿Ya?- preguntó uno de los hombres.
-Todavía no. Hay que darles un poco más de tiempo. Solo un poco.
El tiempo pasó breve y desde allí arriba ya comenzaban a escucharse los primeros chapoteos.
-Ya- mandó. Y los dos hombres que prendieron las ramas y las hojarascas introdujeron parte de la madera ardiente dentro de varios faroles. -Preparaos- le dijo Atth a otros dos camaradas, los cuales eran bastante más fuertes que los otros dos anteriores. Cada uno cogió un farol y ambos se posicionaron delante del fuego, a varios pasos de distancia el uno del otro. -Apuntad donde sea, pero apuntad bien- advirtió. Los dos hombres cogieron los faroles candentes por la gruesa cadena de acero que portaba cada uno en su parte superior, y por medio de una serie de giros que realizaron sobre sí mismos para adoptar la posición más idónea para lanzarlos, los elevaron e hicieron que estos trazaran círculos en el aire. Como dos luciérnagas con un centelleo ígneo. Y los lanzaron. Aunque cada uno chocó con un navío diferente, ambos reventaron y unieron el fuego con la madera, la cual comenzó a prenderse.
-Otra vez- apresuró Atth, y ambos hombres volvieron a realizar los mismos pasos para acabar lanzando una nueva tanda de faroles. Dos nuevas embarcaciones comenzaron a arder, y debido a la estratégica cercanía de unos buques con otros, el fuego empezó a correr como la pólvora.
-¡Vamos! ¡Deprisa! ¡Terminad con esos faroles!- mandó de forma inquieta.
Uno de estos chocó contra un barril lleno de aceite de una de las proas, y el fuego se extendió de forma explosiva.
-Bien- murmuró.
El calor abrasaba y los gritos de los hombres se hundían en su propia saliva, y de los que tenían buena fortuna y podían escapar, en el agua. Aun así, el choque de los faroles contra las maderas seguía acompañando la sinfonía.

El fuego, que había devorado todo a su paso, ya llegaba a la parte inferior de los navíos, las cuales se hallaban repletas de barriles con aceite. Esto provocó varias explosiones en diferentes puntos, pero la zona central de la composición, donde se encontraba el grueso de los barcos, todavía seguía virgen.
-Están acorralados y no pueden escapar. Toda la zona de los navíos exteriores está prendida en llamas- dijo uno de hombres.
-Tenemos que darles el golpe de gracia. Un hombre vivo es un hombre que puede darnos problemas en un futuro. No muy lejano- replicó de forma tediosa. -No me puedo permitir ese lujo. ¡Arqueros, a mí! ¡Los barcos centrales son los que tienen más barriles, apuntad ahí! ¡Si conseguimos que exploten y vuelen a todos por los aires, mejor!
Uno por uno fueron introduciendo las flechas dentro del fuego y disparándolas. Atth acarició la suya con las llamas y se quedó mirándolas durante unos segundos. «Calor», pensó. La sacó del fuego y se aproximó al borde del abismo. Respiró hondo y tensó la cuerda del arco con la flecha bien posicionada. «¿Cien vidas o una vida? A nadie le importa». Soltó la cuerda. La flecha voló y chocó en un barril de aceite que se encontraba rodeado de más barriles, dentro de un navío que estaba prendiendo por diversas zonas. Este explotó e hizo explotar a los demás, a lo que seguidamente se unió la explosión de la bodega. El fuego fue contaminando más y más barcos, lo que fue produciendo sucesivas explosiones que detonaron en una explosión final.

Por un momento se hizo de día. El aire abrasaba y se notaba aunque estuviesen quinientas varas de altura. El pelo de Atth se agitó con viento. Algunas cenizas subían hasta allí arriba, como un remordimiento. Ya no había frescor. Ya no había acero. Sus ojos marrones se acaramelaron con el fuego. «A lo mejor por eso las nubes tapaban a la luna». Se volvió hacia los suyos y le puso el arco en el pecho a uno de los tripulantes, el cual lo sujetó. Y siguió andando.
-Vámonos- dijo.
Respiró hondo de nuevo, cerrando los ojos, y los volvió a abrir, echando una mirada insolente a la oscuridad. «Definitivamente a nadie le importa».

Extractos de una historia incompleta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora