Extracto II: Danza.

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El cielo brillaba con tonos rojizos, y el reflejo vespertino otorgaba al agua unos matices cálidos. Ambos se unían en el horizonte, donde el sol adoptaba una postura de punto conciliador, iluminando la composición.
Aunque la luz inundaba el paisaje, los ojos de la bestia alada seguían pareciendo jaspes rojos. Opacos. De sus fauces emergió un bramido que rompió con la armonía del paisaje. Las alas azabache impulsaron su basto cuerpo. Aunque era negro, la luz permitía distinguir destellos granas en sus escamas. A contra luz, la piel de las alas se tornaba carmesí. El impulso realizado le sirvió para rozar la cola de su oponente con los colmillos. El dragón esmeralda sacudió su cola, impactando en su mandíbula, a lo que respondió con un grave quejido.
El tamaño de ambas bestias rondaba las cincuenta varas de longitud y una envergadura de veinte pies. Los ojos del primer dragón eran pozos cetrinos en los que se podían intuir pintas negras, como dos grandes jaspes serpentinos. Al hacer contacto con el sol las pupilas se hicieron más estrechas, como dos grietas verticales. Sus cuernos y su cresta espinal se tornaban más oscuros que el color de las escamas, aunque el sol les proporcionaba unos reflejos verdosos.
Las sombras de los dos gigantes alados se reflejaban en el agua, creando un eclipse momentáneo en la superficie. El primero de estos descendió bruscamente hasta rozar la superficie marina. El segundo siguió el mismo recorrido mientras emergían rugidos de entre sus dientes. Las alas de ambos tronaban, chocando con las aguas. Con un rugido, como si de una contestación se tratase, el dragón de escamas verdosas alzó el vuelo, tan bruscamente como fue el descenso, e, igual que antes, el dragón oscuro imitó al primero.
La figura de ambos dividió el sol en dos. El dragón atezado se impulsó de nuevo, y esta vez sí que logró propinarle un mordisco. Ejerciendo presión y con un movimiento rápido y haciendo alarde de su fuerza, lanzó a la bestia verde, la cual inició su descenso forzado. Esta maniobró batiendo las alas y frenando su caída, impulsándose hacia arriba. Presentadas por un rugido, dejó entrever sus fauces, mostrando las dagas negras que la componían. Al tronar de las alas se le unía la tormenta que estas creaban, y como un relámpago se acercó a su objetivo. La tormenta ahora se teñía de verde y de negro. Ambos componían una danza vespertina en medio de la tempestad, y el sol, expectante, hacía de jurado. El calor menguante del ocaso se avivaba con las llamas que exhalaban las dos bestias. Las garras de ambas se clavaban en el contrario, intentando desgarrar la carne lo máximo posible. Profundo. Igual que los mordiscos. La sangre brotaba entre las escamas, acompañando la tez rojiza del atardecer.
Ambos dragones se aferraban entre ellos, y entre rugidos y fuertes golpes comenzaron su imparable descenso. Lo que hasta hace un momento era una tormenta desatada, se transformó en calma. El carácter colérico de la sombra verdinegra fue menguando mientras el ocaso se ofrecía de lecho, de forma cálida y vehemente. Las aguas, que hasta ese momento volvían a estar tranquilas, se abrieron súbitamente. El impacto de las dos bestias atravesó con fuerza la superficie marina, levantando unos altos muros de agua, que cedieron para volver a cubrir la zona de la que habían emergido.
La sombra de los dos dragones se hundía lentamente en el océano, mientras este les abrazaba.
Allí donde hubo fuego, ya solo quedaban cenizas. Pero la armonía que había en un principio, antes de la tormenta, volvió a la composición.

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