Extracto IV: Arena.

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El anfiteatro era de dimensiones descomunales. Compuesto por una sinfonía de arcos de medio punto, se elevaba imperante entre el resto de edificios que lo rodeaban. Al final de este, en su punto más alto, se encontraban cuatro esculturas que hacían referencia a reyes pasados, bañadas en oro, y cada una situada en un punto cardinal. La arena, dentro de este, también abarcaba una extensión más que considerable. Esta se encontraba rodeada de gradas, donde las más cercanas pertenecían a las clases nobles, y según se iban alejando, a las menos pudientes. La familia real ocupaba una posición privilegiada dentro de las primeras. Sentados sobre sillas forradas de piel y teñidas con tinte grana, se beneficiaban de la sombra que les proporcionaba el toldo que se encontraba sobre sus cabezas. Este palco sobresalía ligeramente del límite de las gradas con la arena, entrando a esta y ofreciendo una mejor visión del terreno de combate.

-¡Habitantes del Reino de Sarzia!- bramó el rey, mientras se levantaba del asiento. -¡Forasteros que hayáis hecho una pausa en vuestro camino para deleitaros con nuestros espectáculos de arena y sangre!- alzó la copa de vino al aire. -¡Sed bienvenidos!
El público se regocijó, y voces y chillidos inundaron el ambiente. El rey bajó la copa.
-Os oigo y ya sé que queréis comenzar.
Pero antes de nada, quiero que sepáis quién va a salir hoy a pisar esta arena- introdujo. -Decidme, ¿alguien tiene alguna idea? ¿Alguien lo sabe?- retó Heodbeuw. El silencio fue sepulcral. -¿No?- tanteó. -¿Nadie?- bebió de la copa.
-¡Hank el Tuerto!- exclamó uno de los ciudadanos.
-¿Hank el Tuerto?- el rey rió enérgicamente. -¡Hank murió la semana pasada combatiendo aquí mismo!-bramó. -¡Aquí tenemos un asistente que no concurre mucho por nuestro terreno de duelos!- volvió a reír, esta vez acompañado del resto del público. -¡Os lo pondré fácil!, -prosiguió- ¡es alguien mucho más apuesto que Hank, tiene dos ojos, jamás a perdido un combate y además es mi hijo!
Los asistentes se llenaron de júbilo y los gritos volvieron a empapar todo el ambiente.
-¡Eso es! ¡Mi hijo, vuestro príncipe, el príncipe de Etred, de Sarzia, y de todas y cada una de las ciudades y pueblos que componen nuestro Reino! ¡Él es quien va a pelear hoy en esta arena!- bramó el rey. -¡Mi hijo ha peleado en este campo cientos de veces y jamás a perdido! ¿Estáis preparados para verlo ganar una vez más?
La respuesta a la pregunta fue otro mar de gritos y regocijos por parte del público.
-No esperaba menos de todos vosotros- contestó el rey. -Entonces, si estáis preparados, ¡que comience el espectáculo!
Las voces ensordecedoras volvieron a llenar el anfiteatro. El rey fue al borde del palco y derramó el vino en la arena, haciendo que el cuerno que daba inicio al combate resonara por toda la estructura.

Dasuria buscó a Jule con la mirada. El encapuchado se encontraba en las gradas ubicadas enfrente de las suyas, ambas situadas detrás de la zona noble. Aunque solo se le veía la cara hasta un poco más allá de la altura de la nariz, Dasuria apreció cómo este esbozó una leve sonrisa. Las puertas que daban al terreno de combate comenzaron a abrirse. De la primera de ellas salió un hombre con armadura completa y dos espadas a cada lado, al que el público recibió con vítores. De la segunda hizo aparición un hombre con el pecho completamente descubierto y pelo largo, recogido en una trenza, el cual portaba una lanza con la punta igual de afilada que los dientes de una bestia. Los vítores continuaron, hasta que aumentaron drásticamente con el tercero de los guerreros. Este llevaba una armadura mucho más ligera que el primero, y no abarcaba todas las partes de su cuerpo. Su cabeza estaba descubierta y mostraba su cabellera oscura y sus ojos claros.
-¡Kersev, Kersev, Kersev!- bramaban los asistentes. El rey acompañó los vítores hacia su hijo con aplausos. Kersew alzó su espada y la gema de su empuñadura brilló con el sol.
Con el cuarto contrincante las voces del público se atenuaron. Este portaba una maza de bastante peso, y, al igual que el anterior, tenía una armadura más ligera que el primero, pero contaba con el casco. El quinto combatiente apareció en escena, y no portaba ningún tipo de armadura. Su cinto sostenía dos hachas a cada lado de su cadera. Su melena era rubia y larga, pero la llevaba recogida en un moño. Los cinco adversarios se colocaron en sus posiciones, cada uno en una marca blanca, a unas doce varas de las respectivas puertas.
-¡Qué comience el baile!- exclamó el rey, levantando los brazos, a lo que el público respondió con un gritó de entusiasmo.

(Continúa).

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