Extracto III: Nótt.

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La muchacha abrió los ojos de forma repentina. Yacía en el suelo, boca arriba. El frío calaba los huesos y traspasaba la tela. Se encontraba entumecida, y el dolor se extendía por todo su cuerpo. A esto respondió con una mueca de molestia que le cambió la expresión del rostro, seguido por un intento de levantarse, que quedó en eso, en un intento. Volvió a repetir el mismo ademán, pero esta vez logró menos que en el intento anterior. Se encontraba exhausta, y una nube de vaho emergió entre sus dientes, acompañada por un quejido. Giró la cabeza hacia un lado. Ahora lo que se hallaba ante ella no era el cielo encapotado, sino la maleza y la nieve. El suelo era blanco y contrastaba a la perfección con su cabello azabache.
Se percató de que se encontraba en una especie de claro, una apertura que daba un descanso a la extensión del bosque, como si se tratase de un respiradero natural. Movió uno de sus brazos con torpeza, alzándolo. Tenía la palma teñida de rojo, y por toda la extremidad se encontraban rastros de sangre, ya seca. Levantó el otro brazo y comprobó que se daba la misma estampa que en su extremidad derecha. Bajó ambos brazos y su rostro dejó entrever una expresión de dolor.
Intentó incorporarse de nuevo, apoyando los antebrazos en el suelo y elevando ligeramente la zona superior de su cuerpo. Esta vez el intento dio resultado. Se quedó en esa postura durante unos segundos y acto seguido dejó caer todo su peso sobre el brazo izquierdo, y con la mano derecha tocó el charco de sangre sobre el que se encontraba tumbada.
-¿Qué...?- murmuró desconcertada. El charco abarcaba desde los hombros hasta un poco más de la zona lumbar y sobresalía del torso, creando una especie de círculo imperfecto de, aproximadamente, tres palmos de anchura.
Se revisó el vientre para comprobar si tenía alguna herida profunda, palpando la zona. Lo mismo comprobó en la espalda, pero en ninguno de los lados notó nada. Lo único que tenía claro era que todo su cuerpo se encontraba magullado. Lo notaba perfectamente.
El cansancio hizo que se derrumbase de nuevo contra la nieve. Leysa dio un golpe secó con el puño en el suelo, acompañado de un grito de desesperación. El impacto dejó un agujero en la nieve que se borró en el momento en que esta se giró hacia un lado para intentar levantarse. Una vez boca abajo se intentó levantar hasta conseguir estar completamente erguida, lo que le llevó un rato más que considerable, el cual fue acompañado por quejidos y jadeos, mientras que pequeñas lágrimas brotaban de sus ojos, otorgándoles a estos cierto brillo, que recordaban a pequeños jades redondeados.

Una vez de pie comenzó a dar pasos erráticos y descoordinados. Fue apoyándose por los árboles mientras que sus pies dibujaban huellas en la nieve. Completamente desorientada, comenzó a palpar la corteza de los árboles.
-El norte... Necesito... ¿Dónde...?- balbuceó mientras apartaba la nieve del tronco de un árbol, buscando musgo.
El aire era gélido y no se veía nada más que el blanco del bosque entremezclado con el gris de las nubes. Además del silbar del viento en momentos puntuales, no se percibían más sonidos, como mucho el crujir de las ramas al zarandearse. El paisaje evocaba a una especie alegoría bella y siniestra a partes iguales, con un aura magnética que atraía tanto la exquisitez como el peligro.
Leysa anduvo, apartando toda la nieve de los troncos de los árboles con los que se cruzaba, hasta que dio con uno que tenía pintas verdes en uno de sus lados. -Musgo, musgo...-dijo, apartando la nieve que las cubría con cierta rapidez. -Por favor, que sea musgo... Por favor...-rogó, tocando de forma torpe las motas verdosas, hasta que su rostro cambió de expresión. -Sí... ¡Sí! ¡Por fin!- exclamó de forma alegre pero débil. Dirigió su mirada hacía el lugar donde apuntaba el musgo, y divisó varias rocas apiladas. Corrió hasta ellas todo lo veloz que pudo, y comenzó a revisarlas, al igual que había hecho con la corteza del árbol. -Bien, bien, bien- repitió, mientras su cara se iluminaba poco a poco, a pesar del cansancio. Las rocas tenían, en uno de sus lados, un pequeño bosque de musgo. -Vale- comentó. -El musgo apunta para allá- dijo, señalando hacia la dirección en la que este se encontraba- así que el sur está en el sentido contrario- afirmó. -Allí- apuntó, y se dirigió hacia donde había señalado, decidida.
Aunque tenía el cuerpo magullado y dolorido, apenas sin aliento, corrió en el sentido que había indicado. Las piernas le pesaban y el cansancio hacía mella en el ritmo. Tropezó y cayó contra el suelo, pero sacando fuerzas de flaqueza consiguió levantarse y seguir, a duras penas, con el recorrido. La garganta le sabía a sangre y la notaba seca y áspera; desgarrada. Bajó el paso. Ahora solo andaba de forma exhausta, mientras los jadeos expulsaban el vaho al exterior, mezclándose con el aire.
Comenzó a oír ruidos. En todo este tiempo no había escuchado más que sus pasos y el viento, pero ahora podía apreciar algo más. Algo que se acercaba rápido, y que cada vez lo notaba más cerca. Las fuerzas de la muchacha llegaron al límite, y se derrumbó, cayendo de rodillas en la nieve. El ruido se acercaba más y más cada segundo. Los ojos le comenzaron a pesar; se empezaron a entrecerrar. El cuerpo ahora era débil y no respondía. Unas ramas crujieron en el suelo. Este sonido provenía de delante, a unas quince varas de donde ella se encontraba. Una figura blanca se alzó en la distancia. La vista se le volvió borrosa mientras este ser se acercaba, pero alcanzó para advertir que poseía un tamaño imponente, y que dos joyas azules que se clavaban como dagas en los ojos. Lo último que Leysa vio antes de caer inconsciente fueron las rayas negras que cruzaban todo el cuerpo de la bestia y el aliento de esta rozando su rostro.

Extractos de una historia incompleta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora