Hoy es el día. No es un 21 de septiembre cualquiera, es mucho más que eso. No he podido dormir en toda la noche, los nervios me inundaban el pensamiento y no paraba de dar vueltas en la cama. Tras encender por vigésima vez la luz de mi despertador, observo atónita cómo aún son las seis de la mañana, así que decido quedarme tumbada un poco más. Aún no me creo que hoy vaya a cumplir mi sueño. Llevo esperando esto toda mi vida, prácticamente desde que tengo memoria.
Cuando era pequeña yo no jugaba con muñecas, prefería pasar el tiempo con mis caballos de juguete. Me inventaba historias, cuidaba de aquellos caballos y luego hacía como que corrían libres por el campo. Nunca me aburría. Poco a poco, me di cuenta de que para mí no era solo una manera de pasar el tiempo, veía caballos por todas partes: en la ropa, en mis pinturas, en la tele... Se convirtieron en mi pasión. Me enamoré de ese majestuoso animal, tan bello, tan noble... Mi sueño era tener un caballo.
A mis dieciséis años sigo intentando convencer a mis padres. Siempre les digo que si tuviera uno sería como mi mejor amigo, que pasaría con él todos mis días, que lo cuidaría muy bien y que lo amaría con todas mis fuerzas. Pero nunca es suficiente. Cada vez que se lo digo veo aún menos posibilidades. Tengo grabada en la mente su típica frase: "No podemos comprarte un caballo, no por lo que pueda costar, sino por todos los gastos que tiene un animal tan grande: los cuidados, la alimentación, el veterinario, las herraduras, su cuadra... Es imposible." Me cansé de escuchar lo mismo una y otra vez y decidí no preguntarles más.
La semana pasada tuve una gran idea. Nunca lo había pensado, pero quizás esto si lo aceptaran mis padres. Decidí que como nunca iba a poder tener un caballo al menos podría aprender a montar. A mí me parecía buena idea, a mis padres ya no tanto. Al preguntarles respondieron que montar a caballo es un deporte muy caro, que solo se lo puede permitir la gente más adinerada y que tomar clases en un centro hípico se nos iría del presupuesto. Así que, cómo no, se negaron. Pero esta vez hubo algo más. Algo que yo pensaba que no dirían jamás. Me prometieron que si encontraba un centro en el que las clases fueran baratas y que no estuviese lejos para no tener que coger el coche, me dejarían montar a caballo. Antes de que acabasen de hablar yo ya estaba pegando saltos como una loca, incluso antes de saber si encontraría algo así. Pero la simple idea de que mis padres al fin estuvieran de acuerdo conmigo me alegró aquel día. Nunca había subido las escaleras que conducían hasta mi habitación tan rápido. Nada más llegar a mi cuarto me tiré en mi cama y cogí el ordenador para ponerme a buscar clases de equitación como si no hubiera un mañana. Buscando en Google descubrí que cerca de la ciudad había algunos centros hípicos además de cuadras privadas, pero o tenías que tener tu propio caballo para apuntarte o bien pagar cientos de euros al mes. Desde luego no creía que encontrar uno con los requisitos de mis padres fuera a ser tan complicado. Tras dos o tres horas sin apartar la vista del portátil decidí darme por vencida. No había conseguido encontrar nada, todos los que eran más o menos aceptables estaban muy lejos. Cerré el ordenador para continuar con la búsqueda al día siguiente cuando volviese del instituto.
Esa mañana me levanté cansada, desayuné mi cola-cao de siempre, me vestí, me cepillé el pelo y fui a la parada del autobús. La mañana se me estaba haciendo eterna y solo habían pasado la mitad de las clases. Cuando llegó la hora del recreo salí al patio con mi amiga Estela y nos sentamos bajo el árbol que hay cerca de la fuente. Le conté lo que habían prometido mis padres y también que mi búsqueda no había tenido éxito. Me respondió que me relajara, que seguro encontraría algo pronto. Y, como si la hubiesen escuchado, ese algo llegó. Más bien era una chica morena que pasaba por allí. Iba corriendo y se le cayó una pulsera de tela de color rosa. Me levanté y la cogí. En ella había unos bordados que decían: "Centro Hípico La Herradura". Me giré hacia Estela y le enseñé la pulsera, después salí corriendo a por la chica morena.
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Destino
Teen FictionMia ama los caballos. Su sueño siempre ha sido aprender a montar. Un día ese sueño por fin se cumple en el "Centro Hípico La Herradura". Queda fascinada ante los caballos que hay, pero más aún cuando conoce a Destino, el precioso caballo negro del...