Día 1.
Mis ojos se abren de golpe.
Un intenso dolor en la parte de atrás de mi cabeza me hace arrepentirme de hacerlo de inmediato. Intento aliviar la presión poniendo una mano en la zona afectada, pero claro, no mejoró, al contrario la presión se extendió hasta mi cuello y me sentí inmovilizada.
Pero debería estar agradecida, porque en esa caída pude haber muerto.
Sin embargo, dar las gracias no es lo primero que deseo.
Me costaba ver mi alrededor o al menos moverme. No sabía qué estaba ocurriendo hasta que mi vista se adaptó a la oscuridad y pude ver que estaba en una clase de celda medieval con las manos esposadas a una pared. Los grilletes estaban oxidados y manchaban mis muñecas.
El pánico me espabila.
—¡Auxilio!—Comienzo a gritar, desesperadamente.
Esperaba que alguien pudiera oírme mientras forzaba las cadenas intentando que alguna por el óxido cediera, pero solo conseguía hacerme más daño.
Miro al frente y me sobresalto con el corazón acelerado al notar una silueta frente a mí, un hombre moreno de unos veintitantos sentado en una silla comienza a revelarse.
Ahogué un grito y él suspiro.
—¿Ya terminaste de gritar?—Su pregunta sabe a condescendencia.
—Por favor, déjame ir. No debía estar aquí, fue solo un gran error. —Él niega con la cabeza mientras me analiza de pies a cabeza, sin ánimos de colaborar— ¿En donde estoy?
—En una celda—No sabía si estaba ironizando, pero si lo hacía no me hacía ni pizca de gracia. Suspiró pesadamente—Está bien. Si eres mortal, no sé cómo decirte esto sin que después tengan que matarte o lo hagas tú misma.
Un escalofrío cruzó mi espalda. ¿"si eres mortal"? que significaba eso. Las sospechas de una secta de raritos comenzaban a tener sentido.
—Dilo, por favor.
Cierra los ojos, buscando en alguna parte fuerzas para confesar mi paradero.
—Estás en el inframundo.
Muy bien, esto debía ser una broma de mal gusto.
Hasta donde yo sé el inframundo es solo parte de la mitología griega. MITO, o sea no podía ser real. Ni siquiera tendría que ser real.
Esto no es para nada gracioso.
—El inframundo no existe—Dije bastante segura de mi respuesta.
Conocía bastante sobre mitología griega desde que llegué a Grecia, había sido mi tema favorito en la escuela. Sabía que el inframundo era donde las almas que habían fallecido residían, que era el infierno de los dioses.
El chico se quedó quieto, viéndome procesar su aclaración. No estaba bromeando, él estaba tan seguro de su respuesta como lo estaba yo.
Sí, era una secta de raritos.
—Si esto fuera rotundamente real ¿Cómo es posible?—No especifiqué.
De la nada escuché un grito desgarrador que me causó un gran escalofrío que se extendió por todo mi cuerpo. Pensaba que esto era un lugar de tortura o algo parecido. Me había secuestrado alguna pandilla y este era su lugar de encuentro.
¡La secta de raritos eran asesinos!
—No sé qué estarán haciendo pero déjenme ir, cometí un error pero soy demasiado joven para morir, tengo una vida por delante todavía.
ESTÁS LEYENDO
Inframundo
Random(Esta historia está en edición) Adabella, una chica ambiciosa, curiosa y parlanchina, siguió a un chico en una cruel y fría noche griega. Sin saber que la llevaría a su perdición, a un lugar que hasta ese momento ella creía que era un mito. Un viaje...