pais de petalos y velas

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Oliver está enamorado de Alejandra. La ama, como la luna ama la poesía
donde la mencionan, la ama como la tierra fértil ama el llanto de las nubes.
Son novios, y él sólo vive para hacerla feliz. Vive para dedicarle notas con
palabras azucaradas, y para regalarle un corazón lleno de ternura y colores. Ama
su rostro cautivador, capaz de despertar inspiración incluso en monstruos y
bestias. Ama sus ojos, cuyas pupilas parecen un par de lunas color avellana.
Ama su risa, pues parece una canción hecha para arrullar a las estrellas.
Oliver haría cualquier cosa por ella, subiría a la montaña más alta sólo para
traerle un pedazo de nube. Está decidido a convertirse en el mejor novio que ella
jamás haya tenido, está decidido a borrar toda mala experiencia en el amor que
ella haya atravesado. Alejandra trabaja en las oficinas de una de las empresas
tecnológicas más importantes, lo cual hace que Oliver se sienta orgulloso.
Nunca pierde la oportunidad de presumir los grandes logros de su novia, al
punto que a veces, la gente ya no quiere seguir la conversación.
Cada día, él le deja mensajes románticos en lugares donde Alejandra no se lo
esperaría: en su almuerzo, en la puerta, en su portafolio. Incluso a veces se las
arregla para escabullirse y dejarle alguna flor en su escritorio.
Después pasa todo el día imaginando su sonrisa al leer el mensaje.
Ama que sea una mujer capaz, fuerte e inteligente. Ama su buen gusto, su voz
melosa, su figura encantadora. Para Oliver, Alejandra es un sueño hecho de
carne, el motor que impulsa todos los actos de amor.
Verla cocinando es todo un espectáculo. Observarla colocar los ingredientes
mientras canta una canción es el perfecto final del día. Ama sus movimientos
delicados y elegantes, ama verla poniendo amor en una sartén.
A veces no puede creer que sea su novia, que la vida los haya cruzado, y que la
felicidad baile alrededor de ellos. Por eso se esfuerza tanto en enamorarla día a
día, en hacerla sentir amada, en convertirse en el hombre con el que ella quiera
compartir su mundo.
Esta noche, por ejemplo, tiene una sorpresa preparada. Ha dibujado un corazón
en el centro de la cama usando sólo pétalos de rosa, ha encendido velas para
plasmar en el ambiente la palabra romance. Con cinta adhesiva, colocó fotografías en las paredes del cuarto donde aparecen ambos, Oliver y Alejandra,
en sus momentos más felices juntos. También ha adornado el piso, los burós y el
tocador con pétalos de rosa, esperando cumplir su cometido: hacer que ella lo
amé aún más.
Oliver está muy nervioso. Una llave es insertada en la puerta de la casa,
anunciando que Alejandra ha llegado del trabajo. La emoción lo hace saltar
involuntariamente.
Las luces se van encendiendo una a una gracias a los interruptores. Se
escuchan los pasos de Alejandra acercándose al dormitorio, donde él espera con
el corazón inquieto.
Cuando finalmente su figura aparece en el dormitorio, Oliver grita
entusiasmado, alegre, enamorado. Observa con ilusión a Alejandra mientras ella
admira su obra.
Sin embargo, algo ha salido mal. A ella no le gusta su sorpresa, parece molesta
con él. Le dice palabras hirientes, no lo quiere cerca, parece detestarlo. Él no lo
comprende, algo le jala la sonrisa hacia abajo. ¿Por qué lo lastima de esa
manera? ¿Por qué tanta crueldad en sus palabras?
Oliver observa cómo Alejandra arranca las fotos de las paredes y las rompe
furiosa. Él intenta acercarse a ella en busca de una explicación. Quiere abrazarla,
pero ella lo empuja y sale corriendo. Él va tras ella con su pobre corazón
quemándose, recibiendo el impacto de jarrones, cuadros de foto, pequeñas
figuras de mármol, todo objeto que ella le lanza para alejarlo.
Finalmente la alcanza e intenta calmarla con un beso, al cual ella se resiste. Él
trata entonces de abrazarla con toda la ternura posible, pero ella se las arregla
para alcanzar una pequeña figura decorativa con forma de mujer y la estampa
contra su cabeza.
Él, en un ataque de ira ocasionado por el dolor, impacta su mano abierta sobre
la mejilla de Alejandra, provocando que ésta caiga al suelo. Arrepentido, le pide
una disculpa, la cual ella no se da el tiempo de escuchar. La ve levantarse y
correr nuevamente al dormitorio.
Entonces sus pensamientos lo animan un poco: quizás ella cambió de opinión,
quizá lo ha perdonado, quizá vuelve al dormitorio para disfrutar de su sorpresa.
Oliver regresa corriendo a la habitación, encuentra a Alejandra parada a lado
de un buró, y se acerca a ella emocionado. Sin embargo, la boca de un arma es
quien lo recibe, y una bala enfurecida le hace un agujero en el pecho.
Oliver cae sobre la cama, y los pétalos de rosa dan un brinco cuando el colchón recibe el peso de su cuerpo. La sangre pinta las sábanas, y la desilusión pinta el
rostro de Oliver. ¿Por qué le está haciendo esto? ¿Por qué no aprecia su ternura y
su romanticismo? ¿Por qué lo detesta tanto?...
*
Alejandra es una mujer inteligente, atractiva, y hace varios días que no duerme
bien. De algún modo, siente que alguien la observa desde las sombras, desde los
arbustos, desde atrás de los postes. En un principio pensó que sólo era estrés
provocado por su trabajo. Intentó relajarse y no tomarse en serio las bromas que
le jugaba su mente. Hasta que empezaron a aparecer las notas.
Encontraba mensajes escritos en papel en los lugares menos esperados. En ellos,
alguien le profesaba su amor con palabras melosas y alarmantes. Las notas
siempre acababan del mismo modo: «Tu amado novio». Tres palabras
inquietantes, porque Alejandra era soltera desde hace tiempo.
Los mensajes le sacaban un susto cada vez que los hallaba dentro de su
almuerzo, en la puerta de su casa, en su portafolio. ¿Cómo se las arreglaban para
ponerlos ahí?
Una vez incluso, encontró una flor en el escritorio de su oficina. Le preguntó a
todos sus compañeros de trabajo, hombres y mujeres, pero nadie pudo darle una
respuesta concreta. Nadie había visto nada y jugaron por un tiempo con la idea
de un admirador secreto. A algunos les parecía divertido, a otros les parecía
tierno. A ella le aterraba.
Los días pasaban y la tensión aumentaba. Al llegar a su departamento, iba a la
cocina y se preparaba la cena. Ponía música para disminuir su nerviosismo y
cantaba en voz baja para ahuyentar el pánico. No obstante, la sensación de estar
siendo observada le mordía la piel. Al asomarse por la ventana, sólo veía
sombras que podían tener la forma de cualquier cosa: de un arbusto, de un pez
gigante, de un venado saltando, de un dragón mordiéndose su propia cola, o de
un hombre observándola. Entonces cerraba las cortinas para sentirse fuera de
peligro.
Desde luego, buscó protección. Sin embargo, el oficial que la atendió le dejó
en claro que no había mucho que hacer, estaban muy ocupados en casos reales
como para hacerse cargo de los hipotéticos. En otras palabras, primero debía ser
atacada para que ellos intervinieran. Pero a ella nunca le agradó esa idea… así
que consiguió un arma.
La guardó en uno de los burós de su dormitorio. En un principio pensó que era
peligroso llevarla en su bolso o en su portafolio durante el día, así que también consiguió gas pimienta para llevarlo consigo en todo momento. No necesitó
utilizar ninguno de los dos hasta una caótica noche de viernes.
Llegó a casa, e incluso antes de entrar, la puerta parecía nerviosa, endurecida,
como si no quisiera dejarla pasar. Puso el primer pie dentro y todo parecía estar
tal como lo dejó, la oscuridad le quitaba el color a los muebles y cuadros, así que
trajo luz presionando los interruptores uno por uno. Su casa le resultó más
amigable ahora que cada objeto tenía su propio tono. El lugar estaba tan solitario
como una estrella de ciudad, las figuras decorativas miraban a otra parte, como
si no quisieran ser parte del asunto. Alejandra caminó hacia el dormitorio para
buscar sus sandalias y ponerse cómoda, pero antes de llegar, una curiosidad la
estremeció: del dormitorio salía una luz demasiado tenue como para provenir de
un foco.
Pudo haberse ido. Puedo haber llamado a alguien. Pero tenía que verlo,
necesitaba verlo, quería ponerle rostro de una vez por todas a lo que le estaba
sucediendo. Más que contra un hombre, quería pelear contra su propio miedo.
Entró al dormitorio y observó el pequeño país hecho de pétalos y velas en el que
se había convertido.
«¡Sorpresa, mi amor!», gritó un hombre al que ella jamás había visto. Su rostro
excesivamente animado denotaba su nerviosismo, y sus palabras patinaron por
toda la habitación.
—¡Feliz aniversario! Pensé…, pensé que esto te gustaría. Lo hice yo mismo…,
es como…, como un…, como un…, —el hombre apretó los ojos fuertemente
mientras buscaba la palabra que buscaba—…un homenaje a nuestra relación.
¿Te gustaron las velas? ¡Debes ver la cama! Soy un romántico…, por favor,
dime que soy un romántico… ¡Las paredes! ¡Tienes que verlas! ¡Somos
nosotros! ¡Te amo! ¿Prepararás nuestra cena? Espera… no importa, yo puedo
hacerlo… ¡Te amo! Yo…
El hombre continuó hablando mientras Alejandra observaba las paredes
tapizadas con fotografías. Éstas habían sido tomadas desde lo lejos,
probablemente con un teléfono. En unas ella salía del trabajo, en otras estaba en
alguna reunión con amigos, en otras cocinaba, y en las más preocupantes, se
encontraba aún trabajando en su oficina. Todas las fotografías habían sido
alteradas, de modo que Oliver aparecía siempre a lado de ella. En algunas
incluso, el escenario también había sido modificado, ubicándolos a ambos en
París, Japón, una pista de baile o una playa.
Alejandra interrumpió de tajo el poema que Oliver había empezado a recitar.
Le dijo que no lo conocía, que se fuera de su casa, que estaba loco, y que no lo quería cerca. El hombre cambió su expresión animada. Algo le jaló la sonrisa
hacia abajo.
Alejandra, en un ataque de furia, empezó a arrancar las fotografías. Todas eran
mentiras pegadas con cinta adhesiva sobre las paredes, mentiras que ella partió
por la mitad.
Oliver se acercó desconsolado, intentando abrazarla. Ella, con todo el pánico
que ahora se había convertido en rabia, lo empujó y corrió en dirección a la
puerta principal. Él salió detrás de ella, como una bestia torpe que, gruñendo,
pide amor. Jarrones, cuadros de foto, pequeñas figuras de mármol, Alejandra uso
cualquier objeto disponible para golpear a su agresor.
Él la alcanzó antes de llegar a la puerta, e intentó besarla a la fuerza. Ella se
resistió, deslizó su brazo hasta una figura decorativa en forma de mujer, y la
estampó contra su cabeza. Instantes después, Alejandra recibió una bofetada de
misil que la hizo caer al suelo. Escuchó las disculpas desesperadas y afligidas de
Oliver, pero se levantó enfurecida sin prestarle atención. Corrió nuevamente al
dormitorio, el país de pétalos y velas. Una vez ahí, se dirigió al buró y lo abrió
mientras la ciudad cantaba un himno de guerra. Tomó el arma, y el amor y la
muerte se pusieron a jugar cartas.
Alejandra dio media vuelta, le apuntó a la bestia acongojada y confundida que
venía detrás de ella, y presionó el gatillo haciendo que fuera la luna la que le
aullara a los lobos.

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