Cuento uno:
De niña, Irene odiaba a su abuelo. Vivían ellos dos solos, víctima y verdugo,
en una pequeña casa hecha con trozos de infancia. Sólo la luna fingía escuchar a
Irene, pero incluso ella tomaba las nubes como refugio cuando el abuelo entraba
a la habitación. Sus manos eran como bestias esperando el momento de morder,
la camisa del hombre y las lágrimas de la niña caían al mismo tiempo. Las
paredes eran testigos que preferían mirar hacia otro lado. Aquel pequeño mundo
estaba repleto de monstruos.
Cuando el abuelo murió, Irene ya tenía edad suficiente para rehacer su vida:
levantó la frente, siguió adelante, se enamoró y formó una familia.
Pero en el presente siempre quedan restos de pasado.
Cuento dos:
Eran las cuatro de la madrugada y Damián seguía atado a una silla. Estaba en
el departamento que le regalaron sus padres, distintas zonas de su piel habían
sido quemadas con cigarros. Divagaba, intentaba recordar: había salido a beber
con algunos compañeros de clase, llegó a su departamento, y luego de girar la
llave, fue sorprendido por una descarga eléctrica.
La mente de Damián seguía hurgando por respuestas cuando un sonido tosco
lo puso en alerta. Tembló, había otra persona en el lugar, alguien había abierto la
ventana.
Cuento tres:
Las pesadillas no abandonaban la almohada de Sara. El recuerdo de esa noche
le pateaba el cráneo desde adentro. Amaba a su novio, pero eso no justificaba lo
que le hizo. Sara dejó de vestirse como solía hacerlo, acudía a la preparatoria lo
más cubierta posible, ahora le avergonzaba mostrar su piel. Él la miraba en los
pasillos mientras conversaba con sus amigos, pero no le dirigía la palabra. Sara
se fue alejando de la gente, no podía mirarse siquiera al espejo, le costaba trabajo
mantener las conversaciones. Estaba deshecha, y aunque recuperara sus pedazos,
estos ya no encajarían. Algunos lo notaron. En especial su madre, la cual le preguntaba
constantemente lo que le pasaba. La invitaba a hablar y abrirse con ella, pero
Sara rechazaba agresivamente la oferta.
Sin embargo, una noche, por fin estalló. Su madre la confrontó hasta que Sara
le confesó todo con lluvia en los ojos y palabras entrecortadas. Se abrazaron, las
lágrimas formaron charcos en el suelo, su madre le acarició el cabello mientras
la pena despedazaba la casa.
Sara le contó sobre el ataque, la manera en que su novio la hizo suya sin
permiso. Y de entre los llantos y gemidos, el nombre de su novio emergió como
la palabra más grotesca: Damián.
Cuento final:
Irene fumaba su último cigarro. Antes de terminarlo, dio media vuelta y lo
apagó en el pecho de Damián. Entre tanto, él la miraba con una súplica en los
ojos y una mordaza en los labios.
Cuando su hija Sara le contó todo, las venas de Irene ardieron como lava y su
reacción fue casi mecánica. No sólo se trataba de justicia, se trataba de saldar
cuentas con la propia vida.
La pistola eléctrica imprimió otra descarga en el cuello de Damián. Su cuerpo
se sacudió violentamente, pero la silla y las cuerdas se negaron a soltarlo. Las
pupilas de Irene estaban decoradas de furia, le tomó sólo unos segundos desatar
al chico y arrastrarlo hasta la ventana.
Después, en plena madrugada, y en medio de un carnaval de sombras, el
cuerpo de Damián fue arrojado desde un quinto piso.
La muerte aguardaba en la acera con un escote prominente.
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Cuentos Para Mounstros
Short Storymi vida nunca hacido muy comun dentro de la vida social