sex tape

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Alba se lanzó desde la azotea. Algunos dijeron haberla visto murmurar, otros
dijeron que ya estaba muerta incluso antes de lanzarse. Bruno fue el único que
no dijo nada.
Un video había sido difundido en su escuela. En él aparecía Alba manteniendo
relaciones con tres chicos. A Bruno le pareció emocionante compartir a su novia
con dos de sus amigos. Más que un deseo, era un reto para él. Debía demostrarse
a sí mismo y a los demás que podía doblegar a una chica. Ella lo amaba, y él
presionó lo suficiente para que aceptara.
Lo demás fue simple: esparcir el video por toda la escuela. De ese modo todos
comprobarían su poderío, la influencia que Bruno podía tener sobre una chica.
Entonces se llevaría los aplausos y la fama.
Lo que no estaba previsto fue que las burlas despedazaran a Alba. Para ella las
consecuencias se extendieron a perímetros más amplios: su familia, sus
amistades, los docentes. Su espalda soportó demasiado peso, su delicado
equilibrio disminuía con cada insulto, con cada estallido de carcajadas. Cada
insinuación y señal despectiva le quebraba la piel, todas las espaldas del mundo
se giraron simultáneamente para ella. Las voces de su escuela le otorgaban
títulos diversos, aunque en resumidas cuentas, todos significaban lo mismo: la
fácil, la golfa… la puta.
Al final, la muerte parecía más ligera que la vida, así que se dejó caer desde el
techo.
Bruno no recibió ningún reclamo después del incidente, pero la culpa bailaba
todas las noches dentro de su cuarto. El mundo no le reprochaba la muerte de
Alba, pero su mente sí. En la escuela nadie lo veía como el monstruo que él
mismo se sentía, pues los ojos de los demás preferían simplemente no mirarlo.
Los adultos evadían el tema, las chicas posaban su mano en el hombro de Bruno
en señal de apoyo, pero lo hacían dudosas, como si no estuvieran seguras de por
qué lo consolaban exactamente.
Una tarde, Bruno caminaba regando sus pensamientos por la acera. El silencio
se quejaba por cada paso que daba. La calle parecía triste, amarga, acabada…
igual que Alba en sus últimos días. Las ventanas cerradas de los edificios
protegían el mundo privado de cada habitante en la ciudad. El color gris pintaba
el cielo, como si quisiera provocar el llanto de alguien. Un auto se acercó en sentido contrario al de los pasos de Bruno y éste lo
reconoció inmediatamente. Incluso antes de poder ver el rostro del conductor,
Bruno sabía perfectamente quién era: el hermano mayor de Alba.
Pudo haber huido, pero sintió que debía quedarse. En cierta manera, necesitaba
que alguien lo castigara para aliviarle generosamente la culpa. Una paliza
hubiese estado bien, sería entendible, aceptable. Pero el hermano de Alba tenía
una idea más elaborada.
*
Un video se esparció por toda la escuela, esta vez, con Bruno como
protagonista. Estaba parado sobre una silla, atado de las manos y con una cuerda
alrededor del cuello, la cual parecía una serpiente hecha de cáñamo. Un
personaje con pasamontañas aparecía de la nada y lo miraba con un odio capaz
de provocar incendios.
Después de unos segundos de tensión, el pie del encapuchado pateaba furioso
la silla y el cuerpo de Bruno quedaba suspendido.
El video fue visto por todos en la escuela, pero hubo una diferencia palpable:
nada de burlas ni comentarios. El silencio rigió en las bocas de los alumnos. De
pronto las palabras eran un peligro, un tabú no declarado.
A Bruno nadie lo llamó zorra, ni golfa, ni le dedicaron dibujos obscenos en la
pared del baño.

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