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El agua caliente le caía sobre los músculos doloridos. Cerró los ojos e inclinó hacia atrás la cabeza para que el agua le limpiara las heridas y el espíritu. El olor a limón le brotaba del pelo y el jabón se deslizaba por la espalda, el trasero, los muslos y las pantorrillas.

Toda la angustia se perdía por el sumidero con las burbujas y la suciedad el día.

—¿Qué tal va todo?

El pulso se le aceleró con la brusca pregunta. No podía relajarse.

Harry hacía guardia al otro lado de la cortina, el contorno de su cuerpo excepcional estaba a unos milímetros de su cuerpo desnudo. Un cuerpo y una cara que ella casi no había reconocido cuando los había mirado en el espejo. Toda la situación era tan extraña que la estremecía. Desde el lienzo en blanco que era su mente, hasta la excitación que sentía cuando estaba cerca de su salvador.

Sin embargo, no había ningún motivo. Iba a quedarse esa noche en la cabaña, sentiría un deseo abrumador e intentaría por todos los medios no perder la cabeza.

En realidad, el primer paso lo había dado sin contratiempos. Antes de quitarse la ropa para meterse en la ducha, había echado fuera a Harry. Una vez detrás de la cortina azul, lo llamó para que entrara según lo acordado. Habían tenido que llegar a un acuerdo. Aquel hombre era increíblemente terco, protector, arrogante, atractivo y...

—¿Ángel?

El nombre cariñoso le recorrió el cuerpo como si fuera el paño de algodón que tenía en la mano.

—¿Sí?

—Te he preguntado qué tal va todo.

—Todo va bien. Muy bien. Gracias. No pasa nada. No tengo ningún problema.

Salvo que divagaba como una idiota.

—¿Estás segura de que no necesitas ninguna ayuda?

—Completamente. Excepto...

—Excepto, ¿qué?

—Bueno, el jabón...

— ¿No te gusta?

—Es que no hay.

—Ah. Perdona. Debí de terminarlo esta mañana.

—Puedo usar el champú...

—No, no. Te daré una pastilla.

Entre el chorro de agua, oyó que abría un armario y que rasgaba un envoltorio de papel. Antes de que pudiera, pensar, parpadear o decir algo, la mano de Harry apareció por un costado de la cortina.

—Toma.

—Gracias —farfulló ella, pero no tomó el jabón de la mano, en realidad, no se movió.

Se encontraba increíblemente expuesta mientras miraba aquella mano con dedos largos y finos alrededor de una pastilla de jabón. Sintió un estremecimiento que le nació en el estómago y que fue bajando a medida que se imaginaba esa mano alrededor de otras cosas... alrededor de ella, de su cara, de su cadera, de su pecho.

—Tiene un aroma masculino, pero también limpia.

Ella se aclaró la garganta.

—Seguro que sí.

Solo tenía que agarrar la dichosa pastilla. ¿Qué le pasaba? ¿Se le habría desencadenado algún aspecto lujurioso que no conocía al caerse y golpearse la cabeza? Desde luego, jamás había tenido pensamientos como aquellos.

—¿No vas a agarrarlo, Ángel?

Alargó una mano temblorosa. Rodeó la mano de Harry con sus dedos y se hizo con el jabón.

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