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Con los ojos cerrados y el cuerpo relajado, ella flotó en un mar poco profundo de luz cálida y arena delicada. Sin preocupaciones ni atenciones, solo paz.

Él se metió junto a ella, sonrió, le tomó la mano y le besó la palma. La miraba con aquellos ojos que la desarmaban y hacían que lo deseara. Las ola batían contra ellos y pasaban a su alrededor. Él le puso una ciruela bajo la nariz y luego una bandeja de plata con galletas recién hechas.

Ella inhaló profundamente y sonrió.

—Té, fruta... y galletas.

—Yo no hago té, Ángel.

Hizo un esfuerzo por abrir los ojos y le salió un gemido de lo más profundo de la garganta mientras hacía que los sueños volvieran a su ámbito. Lo primero que vio fue la luz de la mañana, amarilla y resplandeciente.

Luego lo vio a él.

Harry se elevaba sobre ella, recién duchado y mucho más atractivo de lo que un hombre podía ser vestido con unos vaqueros y una camiseta negra. Los ojos marrón oscuro reflejaban un aire burlón.

Recapacitó. Solo recordaba el día anterior; el accidente, la pérdida de la memoria, la ducha, el contacto de las manos, la cena, el sueño, haber dormido en la cama de ese hombre, su olor en las sábanas que se le enredaban entre las piernas. Sintió calor en la piel solo de pensarlo.

—Tampoco hago galletas —dijo Harry.

—¿Qué estaba diciendo? —le preguntó ella mientras se frotaba los ojos.

Harry arqueó una ceja.

—Me estabas pidiendo el desayuno.

—No es verdad.

—Me temo que sí lo es —replicó él con un gesto de picardía en los labios.

Si estaba pidiéndole el desayuno, ¿qué más habría dicho? ¿Desde cuándo llevaba él allí?

—Evidentemente, estaba soñando.

El se encogió de hombros con cierta indeferencia.

—A lo mejor estabas recordando.

—No lo creo...

—Quizá estuvieras recordando que tienes una doncella o algo así.

—Eso es absurdo.

Sin embargo, tampoco le había parecido raro. Miró al techo con vigas de madera y deseó poder recordar algo; su comida favorita, el nombre de sus padres... un novio.

Harry se encogió de hombros pensativamente.

—Una doncella, ese acento, esos modales ostentosos... Sin embargo, eres muy abierta y sincera. Creo que no vives en Estados Unidos.

—No lo sé —la impotencia era como un muro de ladrillos en su cabeza.

—Pero viajas sola por las montañas. ¿Por qué harías algo así?

Aunque se le había pasado el dolor de cabeza, todavía notaba el chichón encima de la ceja.

—¿Te importa si dejamos ese asunto un rato? Por lo menos, hasta después del desayuno.

—De acuerdo, pero no hay té y galletas.

Ella retiró las sábanas y se sentó en el borde de la cama.

—No importa. Me haré algo. También te lo haré a ti si no te lo has hecho.

—No, la verdad es que no me he hecho nada.

—Perfecto.

Harry entrecerró los ojos con escepticismo.

—¿Sabes cocinar?

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