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No se llamaba Ángel.

Se llamaba ___.

Su Alteza Real ____ Olivia Ann Thorne, princesa de Llandaron.

El corazón le martilleaba el pecho mientras se estrechaba contra el hombre que amaba y el pasado la arrollaba cómo una ola amenazadora.

Se acordaba de todo.

Las piezas iban encajando en su cerebro mientras Harry se echó a un lado llevándola consigo y el cuerpo se le serenaba, aunque todavía sintiera la tensión del anhelo. Tenía los ojos cerrados y la frente, ligeramente amoratada, contra la frente de Harry. Podía ver su infancia dichosa, sus preciosas habitaciones en el palacio, oía los dulces susurros de su madre y veía los ojos de su padre. También estaban sus hermanos Alex y Maxim, que la adoraban y protegían; su tío honorario y veterinario del pueblo, Ranen Turk y su querida madre suplente, la tía Fara.

Tenía el pulso alterado. Los quería mucho a todos, los echaba de menos una barbaridad, pero no tenía ganas de volver a casa. ¿Por qué?

Le dominaba la curiosidad mientras buscaba más respuestas en los recovecos de su memoria.

Seguía unida de la forma más íntima con las piernas rodeando la cintura de Harry. ___ se estrechó contra él. El le rodeó la cintura con los brazos y la apretó con fuerza como si supiera que ella necesitaba su apoyo. Comprendió que era imposible, pero aquel poderoso brazo alrededor de ella y aquellos latidos del corazón, rítmicos y potentes, hacían que sintiera menos angustia y que temiera menos a los recuerdos.

Vio su último día en el castillo; se vio a sí misma en la fiesta de bienvenida a Maxím y Fran.

Fran... La única persona que conocía su secreto. Tenía que estar preocupada. ___ le había prometido que la llamaría cada tres días. No le extrañaba que hubiera gente buscándola.

Se le cayó el corazón a los pies. La pesadilla. Los hombres que la perseguían eran sus guardaespaldas. Los habían enviado para que la encontraran y la devolvieran a casa. Para que la devolvieran a aquella vida entregada al deber. Una vida que no era una vida en absoluto.

—¿Te pasa algo, Ángel?

Sintió que se derretía al oír el nombre y ante el hombre peligroso y maravilloso que lo había pronunciado.

—No.

El mordisqueó el cuello y le pasó la lengua por el lugar donde el pulso golpeaba con más fuerza. Ella sintió un estremecimiento de placer seguido por un remordimiento atroz. Sabía lo que tenía que hacer en aquel instante. Nada de gemidos ni de apretar las caderas contra él, como ella quería. Tenía que mirarlo a los ojos y decirle quién era y de quién estaba protegiéndola.

Sin embargo, perdió la entereza cuando él la besó en los labios y ella abrió los ojos y se encontró con los de él.

El peligroso Harry Styles era un servidor de la ley. La había vuelto a llevar a la cabaña por un motivo: para mantenerla a salvo mientras descubría quién era ella y quién la perseguía. Cuando supiera que había recuperado la memoria y que no corría ningún peligro, le mandaría hacer las maletas.

Perdió el ánimo. La devolvería a la vida que le hacía completamente desgraciada. Se preguntó si cuando huyó de Llandaron solo ansiaba la tranquilidad o si también buscaba una vida donde hacer sus elecciones.

Dentro de dos días, Harry volvería al pueblo y se enteraría de todo por sus propios medios. ¿Por qué iba a acelerarlo todo ella y perderlo antes de tiempo? ¿Por qué no iba a elegir seguir su corazón y aprovechar aquellos dos días?

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