Prólogo

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<<Esta silla es incómoda. Eso creo. Sí, es incómoda, y el aire huele a moho, creo que hasta podría darme neumonia. Donde quiera que estoy no es un lugar sano, está bajo tierra, bajo una casa. No recuerdo como se llama. Creo que no recuerdo nada. Y esta cosa que está en mi boca, esta mordaza está húmeda, es repugnante. Es repugnante y está...

>>Escucho pasos. Oh por Dios ¡Oh por Dios escucho pasos!

Un individuo de pelo castaño bajó por las escaleras. Los zapatos con cuña se escucharon desde la oscuridad. Tomo una silla y se sento frente a la joven, ella se movía de un lado a otro luchando contra sus ataduras. Sus pulmones y su corazón se movían de forma errática.

-Hiperventilarás-dijo con aires de psíquico- y no podrás hablar.

<<¿Hablar? >>, pensó la chica.

Ella estaba aterrorizada. Y él, sin demostrarlo, también lo estaba.

Luego de serenarce un poco (estaba en tensión, pero no agitada), empezó a mirarle fijamente:

<<Algo, algo tiene él que me parece familiar. No lo recuerdo en mi vida, pero debo hacerlo. Si los de uniforme azul han de venir por mi yo... No recuerdo ¿como se llaman ellos?>>

Fue entonces cuando sintió un pinchazo en la pierna. Sin interrumpir sus pensamientos se dio cuenta de lo que aquel hombre, de aspecto familiar, le hacía. Pero ya era muy tarde, el émbolo había llegado al final.

<<No recuerdo... >> Pero la verdad es que si recordaba. Recordaba sin saber que, y sin saber por qué siguió recordando. Se sumergió en las memorias mientras la poca luz de aquel lugar se seguía desvaneciendo.

Dicen que uno recuerda a partir del momento en que empieza a hablar. Con 4 años ella hablaba poco, y tal vez por eso recordaba poco, pero sabía que tenía 4 años cuando un día, en el parque, vio a la pequeña niña que caminaba. Una niña pequeña, de 1 año tal vez, que no sabe lo que le espera, ni siquiera sabe hablar.

Mientras juega entre la grama (le llega a los tobillos y sus minúsculas manos están empapadas por los tantos intentos de atrapar las húmedas gotas de rocío que se posan sobre la vegetación), una pareja joven, la observa, atenta pero relajadamente, desde una banca.

En la mañana, los transeúntes se empiezan a congregar en el lugar. Correr, caminar y montar bicicleta son algunas de las actividades que la gente hace; en solitario, en grupos o con un can.

La pareja, si bien, tenía un aspecto simpático también lucían un poco lúgubres y afligidos, ella - con sus rizados cabellos rubios y ojos expresivamente verdes- más que el - con su chaqueta de cuero marrón, piel ligeramente tostada, pelo negro y corto con un par de joviales canas en las patillas-. Él, fijándose detenidamente en cada movimiento de la niña, demostraba la sana preocupación de un padre; un padre que, a ciencia cierta, no sabía si sería. Ella, con ambos ojos sobre el mismo angelito, desconcentrada en lo que hacia, la miraba perdida.

Fue entonces cuando llegó una señora con aspecto de trabajadora social. Tal vez sí era una trabajadora social.

Parecían estar hablando.

Recordó haber querido jugar en la grama, como la niña. Casi nunca iba al parque, pero no la dejaron jugar en la grama. No recordó la razón, pero sabía bien que no la dejaron.

En aquel momento, el parque comenzaba a estar más concurrido. Un Golden Retriever, jaloneando de la correa de su anciano dueño, pasó a un lado de la pareja.

Giselle (#Wattys2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora