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24/12/1974, 5:34 p.m: un gran pastor alemán "capa negra"  echado junto al árbol de Navidad, cuidando a la criaturita refugiada en el porta bebés, a un niño de seis años y a otras dos niñas de cuatro y dos años.

25/12/1974, 7:55 a.m: Los mismos tres niños vestidos con sus ropas de dormir. Se veían más pequeños cuando estaban arrodillados de ese modo al rededor del arbolito, destrozando los envoltorios de los regalos recién entregados. La bebé esta ausente, probablemente durmiendo en su cuna.

30/10/1975, 4:23 a.m: la imagen borrosa denotaba dos pasteles. El primero azul con un número 7 escrito en el, y el segundo color rosa, esta vez con el número 5 adornado en flores. Los dos hermanos sentados detrás de los pasteles, la niña sonriente y el niño con expresión confusa.

En la oscuridad, alumbrado con la tenue luz de una linterna de baterías desgastadas, seguía pasando las páginas del álbum de fotografías; paseándose de página en página por el desgastado álbum familiar trataba de memorizar las fechas escritas en un rojo borroso sobre la esquina inferior derecha de las fotografías. Leía, meditaba, memorizaba. Vio los años pasar ante sus ojos. Uno por uno. Sin escatimar en el tiempo que invertía en detallar cada fotografía, para poder recordar cada segundo, cada momento, cada instante de su vida, hasta poder entender la razón por la que lo hacía. La razón por la que se encontraba en ese mohoso sótano repleto de filtraciones y polvo, que era, a su vez, la razón por la que había llenado de ataduras las muñecas y tobillos de aquella joven. La razón del amordazamiento al que la estaba sometiendo. La razón por la que él mismo soportaba la música.

Momentaneamente pareció recordar. Sintiendo en su estomago las apuñaladas que él mismo había obsequiado horas atrás. Invocaba la sensación mas no el dolor, y de los agujeros hechos por el puñal emanaba la música que le venía atormentando años atrás. Una música a la que no se le podía achacar ningún género musical y en la que no se podía identificar ningún instrumento musical. Ningún instrumento mas que la mente. La mente que le confundía y le jugaba malas pasadas. La mente que le decía que introdujera en sus oídos unos auriculares negros porque así la música paraba. Primero el izquierdo, luego el derecho, porque a pesar de que su oído izquierdo era disfuncional, era ese el que percibía (o imaginaba) la mayor parte de la música.

Estaba cómodo. Tan cómodo como podía estarlo en la sala de su casa ojeando unas revistas, lo estaba en aquella polvorienta habitación situada en el subsuelo de una casa que solía conocer...

Hizo un paréntesis en sus pensamientos porque de su reloj de muñeca escucho un <<beep, beep>>, que podía jurar, no fue inventado por su oído sordo. Las 3:43 de la tarde y se sentía especialmente cómodo porque alguna vez conoció muy bien ese lugar, sabía perfectamente donde estaba situada cada puerta, donde terminaba cada habitación, hacia donde daba la vista de las ventanas, y de alguna extraña manera podía intuir la presencia de alguien más en la casa y que tan lejos estaba de el. Sin embargo, por más que creyera en sus poderes, en medio de su comodidad, no dejaba de sentirse inseguro, vigilado por el alma de alguien que aún no había entrado a su santuario, la casa, y que venía a descubrirle. A descubrir lo que estaba haciendo. No era su conciencia. No. Era un estado mental siempre presente que le mantenía con vida y energía, al ritmo. Por eso procuraba una distancia prudente de aquella chica, sentado en el suelo junto a las cajas llenas de recuerdos, expectante y en posición casi fetal desde el otro lado de la habitación, cómodo y tranquilo memorizando los recuerdos que se habían extraviado entre las cajas, pero con ese sentimiento de alerta que le hacía pasear la mirada por la habitación cada 5 minutos para ver si el patrón de sombras hecho por la ventanilla frente a la escalera cambiaba, o si aquella chica atada de pies y manos volvía de su estado de inconsciencia.

Pero el reloj sonó acabando con su comodidad. El se levantó. Camino hasta donde estaba la chica y se sentó en el taburete que estaba fijado con cinta adhesiva en el suelo, frente a ella, y mirando su abdomen verificava que hiciera ese lento movimiento que aseguraba que ella estaba respirando.

Tomó la linterna y abriendo los párpados de ella con la mano que le quedaba libre examinó las respuestas de sus pupilas.

-Todo está en orden, pero, ya debería haber despertado ¿o,  no?

Ajustó su reloj y volvió al otro extremo de la habitación. Ella se tomó otros 5 minutos para despertar. El prosiguió levantándose mientras ella observaba sus zapatos de cuña.

-¿Estas bien? -  le preguntó

Como ella conservo la mirada confusa y aterrada él suspiró.

-Estarás bien.

No eran sedantes con lo que la quería matar.

Giselle (#Wattys2015)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora